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Sábado, 16 Mayo 2020 - 1:00am

De Correccional a Reformatorio

Esta crónica tiene por objeto mostrar la evolución que siguió la institución.

Habíamos escrito en una crónica anterior que el conocido Reformatorio de Menores que durante muchos años había estado ubicado en frente del Jardín Amelia, donde hoy está construido un centro comercial, terreno y edificación donado por el filántropo cucuteño Rudesindo Soto y su esposa Amelia Meoz, donación que dicho sea de paso, estipulaba unas condiciones que han venido quebrantándose, por cuanto su uso fue establecido con fines muy específicos y que deberían estar cumpliéndose según las últimas voluntades de sus donantes. Pero bueno, esta crónica tiene por objeto mostrar la evolución que siguió la institución a partir del momento en que se trasladó de su ubicación inicial, en el corregimiento de San Luis, cuando empezó sus actividades en el año 1939 y posteriormente bajo el auspicio de su principal  benefactor se trasladó a las instalaciones de la calle diez, a comienzos de la década de los años cuarenta. Eran tantos los menores infractores de la época de mediados del siglo pasado, que el establecimiento original quedó corto de espacio y por esa razón, el gobierno seccional tuvo a bien continuar la obra con vastas perspectivas de beneficio público.

Lo primero que se pensó para mantener la disciplina y el espíritu de trabajo, sin socavar la dignidad de quienes allí vivirían habitarían transitoriamente fue un cambio en su denominación pues, consideraban los ilustres funcionarios que el grave título de “reformatorio” contribuía muy poco en resocializar a sus moradores y por ello se pensó en un nombre más suave, llegándose a la conclusión que lo más adecuado era rebautizarlo como “Centro Educacional y de Trabajo”, toda vez que la institución se reflejaba como una obra social, donde todos sus funcionarios se desempeñaban con espíritu patriótico procurando mediante una cabal formación enderezar aquella juventud desviada por la necesidad o por la malevolencia.

El hecho es que durante los primeros años en sus nuevas instalaciones, la administración estuvo a cargo de personal civil, nombrado por las autoridades departame
ntales, quienes estuvieron hasta finales de los cuarenta, pues a comienzos de los años cincuenta, la administración seccional, tal vez por recomendación de la curia, encargó la gestión del establecimiento a venerables sacerdotes de reconocidas aptitudes y experiencia en la dirección de esta clase de instituciones. 

Con relación al nombre de la institución, no pudimos confirmar que se hubiera aceptado el cambio propuesto ya que en el frontis de la nueva construcción, inaugurada en presencia del propio benefactor, se leía claramente la inscripción: “Reformatorio de Menores”, así que en honor al título de la presente crónica, lo cierto que podemos argumentar es que el traslado también motivó el nuevo nombre, tal como se conoció hasta su desaparición a comienzos del siglo XXI.

Desafortunadamente debido a los escasos recursos que se apropiaba en los presupuestos oficiales y a las escasas contribuciones que lograban obtenerse de los particulares generosos, la infraestructura fue deteriorándose y los enseres, así como los demás elementos para el mantenimiento y la manutención de los inquilinos hizo que la institución fuera cayendo en un estado de miseria y abandono que por fortuna, pudo recuperarse con la acertada actividad del sacerdote Álvaro Arenas Trillos, primer director religioso nombrado  finales del año 1950.

El padre Arenas desarrolló una invaluable labor en beneficio de los pequeños recluidos. Con un bajo perfil que siempre mantuvo y tropezando con toda clase de obstáculos se propuso recuperar las instalaciones, animado por un sentimiento de justicia, logró en compañía del subdirector del establecimiento, don Héctor Bautista, casi un milagro al ver las realizaciones que puede lograr un espíritu animado del amor de Dios y del prójimo.

Para entonces y con los auxilios que el Departamento había logrado obtener de los recursos nacionales, se habían terminado las ampliaciones de los edificios donde estaban los dormitorios y los servicios personales que se habían quedado cortos y su capacidad comenzaba a colapsar.

El levita director logró amoblar los nuevos dormitorios con donaciones de las empresas comerciales y evitar así que la mayoría de los muchachos siguieran durmiendo en el suelo. La disciplina era observada rigurosamente por los internos, quienes mantenían arregladas y limpias sus camas y sus pertenencias.

Así mismo, el comedor con sus largas mesas, mostraba un aspecto ordenado e higiénico. Las viejas vajillas y los oxidados cubiertos habían desaparecido y ahora se veían platos, tazas, cucharas y en general cubierto de calidad ordinaria, pero nuevos y relucientes.

Los talleres, en especial el de carpintería que no funcionaba desde hacía varios años por el daño que presentaban las máquinas y herramientas, ahora era el lugar más alegre del edificio donde los muchachos, con gran entusiasmo, labraban la madera y fabricaban muebles que luego vendían al público.

La capilla y el oratorio que fue abandonado meses después de su inauguración en 1943,  era ahora un amplio salón con bancos de madera bien presentados y cerca del altar, un armonio. Una imagen de la Santísima Virgen sonriendo maternalmente preside los actos religiosos.

El servicio de acueducto fue instalado recientemente y se había logrado la consecución de una planta eléctrica para el alumbrado nocturno. Pero lo más sorprendente era el huerto. Su crecimiento era notable, pues desde que se instaló en el lugar, plantaron frutales y adecuaron el terreno que ahora daba los frutos esperados. También se había logrado obtener, como donación, un molino que permitía la extracción del agua necesaria para el riego e igualmente se pudo terminar el cerramiento sur del lote con un macizo muro en ladrillo que a la vez, evitaba las esporádicas fugas que se presentaban.

Algo que se perdió con el transcurso de los años fue la orquesta juvenil que con tanto esmero había logrado conformar el maestro Benjamín Herrera, que a pesar de los pocos instrumentos que tenía,  lograba impactar con la calidad de su coro. Finalmente, un reconocimiento para las personas que fueron colaboradores permanentes: Carmelo Díaz, Antonio Copello, Fernando Andrade, Alfonso Rivera y Emilio García Carvajalino, entre los muchos  que por falta de espacio lamentamos nombrarlos pero los agradecimientos son los mismos.

Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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