Las expediciones hispánicas a los nuevos territorios, incluían, un fraile y un enfermero.
A comienzos del siglo XX (I)
Ha sido una preocupación constante, desde que el hombre comenzó a socializarse, mantener un estado saludable, que permita el cabal cumplimiento de sus propósitos, permitiendo otorgarles seguridades y confianza a sus allegados. Desde las épocas más remotas, la humanidad ha sentido la necesidad de combatir los males que le han aquejado y mucho antes de aparecer la medicina tradicional, ya se aplicaban remedios que curaran las incipientes enfermedades que fueron apareciendo a medida que la población se extendía.
De igual manera, fueron apareciendo métodos preventivos, simultáneamente con el descubrimiento de las causas de las dolencias y los malestares. Por razones como ésta, las expediciones hispánicas a los nuevos territorios, incluían, un fraile y un enfermero, el primero, para el cuidado la salud mental y el otro, para los padecimientos naturales propios de esas extenuantes jornadas.
Con el pasar de los años, los conocimientos médicos traídos del viejo mundo, combinados con las experiencias de los nativos, en lo relativo al manejo de la salud de las personas, dieron como resultado un amplio y complejo surtido de productos naturales de generoso beneficio para la salud, los cuales eran recetados, tanto por conocedores como por inexpertos. A principios del siglo pasado, en nuestra Cúcuta pueblerina, una de las actividades de mayor prestancia y provecho, eran las boticas, farmacias o droguerías como son más conocidas hoy en día. Hay que recordar que en ese entonces, las medicinas eran preparadas por los pocos farmaceutas graduados, por lo general, en el extranjero, con las especificaciones dadas por el médico tratante. De manera que los preparados elaborados en los laboratorios constituían una fórmula más sencilla, rápida y económica para los boticarios, pues requerían de conocimientos mínimos, primero para ejercer la profesión y segundo, para recetar lo necesario a sus pacientes.
En las casi diez boticas existentes en los primeros años del siglo XX, lo más frecuente que se ofrecía eran los productos reconstituyentes, depurativos, antiparasitarios y jarabes para combatir las enfermedades pulmonares, al parecer los de mayor demanda, dadas las condiciones imperantes del momento. Pero veamos cuáles eran los más comunes. Empecemos con el Vino Nuxado, el cual se presentaba como un tónico reconstituyente elaborado a base de extractos de malta, nuez de kola, coca, quinidina y de los fosfogliceratos propios de la sangre; se anunciaba como la cura de los dolores frecuentes de cabeza, de la anemia y de las caquexias palúdicas, desvanecimientos, insomnio y debilidad sexual. Recomendado además, como el mejor estimulante del cerebro ‘por la cantidad de fósforo que contiene’ y remataba con “tomar Vino Nuxado es tomar sangre pura”. Se vendía con mucho éxito en la Botica Española del señor Díaz Soto, quien además, se anunciaba como un “nuevo establecimiento de farmacia montado a la moderna con un espléndido surtido de medicinas frescas, puras y legítimas”. En cuanto al despacho de las fórmulas médicas, notificaba que éstas se elaboraban “exclusivamente” con productos franceses y alemanes; que el recetario era servido personalmente por su propietario que contaba con 22 años de práctica y extensos conocimientos del ramo. Al final de sus avisos acostumbraba a recalcar que lo que allí vendía era “todo nuevo y todo puro… y a precios bajos”. En esa época, no era necesario indicar la dirección del establecimiento, sin embargo, se señalaba que la botica estaba ubicada frente al Mercado y al lado de ‘El Detal’ (en la avenida séptima de hoy, entre calles once y doce).
Por otro lado, don Zoilo Ruiz ofrecía su Jarabe Astier, una medicina patentada del tipo ‘medicamento-alimento’ que prometía ‘dar vigor a niños, ancianos y adultos’. En su presentación se decía que ‘por los glicerofosfatos compuestos y por los demás elementos digestivos, tónicos y alimenticios que lo constituyen, es la medicina ideal en la curación del agotamiento nervioso, debilidad del cerebro, neurastenia, raquitismo, mala digestión o asimilación de los alimentos, diarreas de los niños, impotencia prematura por recargo de trabajos mentales, excesos genitales, etc.’ Don Zoilo no necesitaba mencionar la dirección de su muy conocida Botica Ruiz, en aquel momento, en la esquina de la avenida sexta con calle 12. La única advertencia que hacía sobre su consumo, era que no requería de dieta específica.
Por su parte, en la Farmacia del Carmen, se hacía énfasis en que “en estos tiempos es preciso estar alertas”, por esa razón, avisaban que “cuando a usted se le presente un resfriado o un catarro con dolor de cabeza, estornudo, pesadez y fiebre, puede usar estas dos preciosas medicinas, “Bálsamo pectoral del Dr. La Croix” y las famosas “Obleas Carmen”. El soporte técnico explicaba que el Bálsamo curaba rápidamente los catarros, la tos, los resfriados y el ahoguío(sic) y las Obleas calman instantáneamente las neuralgias, las jaquecas nerviosas y las punzadas en la espalda y los costados. Se agregaba que ‘usando estas dos medicinas con tiempo y sin dejarse engañar con falsos remedios de esos que dan baratos, evita usted un espantoso cataclismo, pues un catarro descuidado es la puerta para la TISIS’. La sociedad propietaria de la Farmacia del Carmen era Prato y compañía quienes también prometían las más puras y legítimas medicinas francesas, alemanas y americanas; podían comprarse en su local frente al Cóndor, por la avenida séptima.
Y para cerrar esta crónica, en la Botica Cogollo, se invitaba a comprar el Vino Tónico Ferro-vida por su sabor exquisito y rápido efecto. Los avisos señalaban que el tónico debía usarse en todos los casos de ‘debilidad general, palidez en el rostro, anemia, extenuación, falta de fuerza, imbombera, desarrollo prematuro, ancianidad debilitada, paludismo, etc.’ Garantizaban el producto, como todos los de esta marca y sus componentes eran similares a los de su misma especie, solamente que los escribían distinto; extracto de carne, Kola, Koka y hierro superior; no era necesaria la dirección pues todos en la ciudad sabían donde quedaba.
Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com
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