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Sábado, 18 Febrero 2017 - 4:20am

Cincuentenario del Tratado de Paz Política

La guerra fue llamada “de los mil días”, después de los cuales se firmó el Tratado que titula esta crónica.

En 1902, el 21 de noviembre, se dio en Colombia uno de los hechos de mayor importancia en el desarrollo de su vida republicana. Después de ocho infaustas y aciagas guerras civiles que se habían sucedido en los anteriores 85 años, se llegaba al final de lo que sería el último de los conflictos bélicos en Colombia. Estos conflictos fueron la manifestación de las inconformidades entre la élite de las diferentes regiones, unido a la precariedad de la vida económica y social, a las luchas ideológicas entre los partidos políticos liberal y conservador, además   de la activa participación de la Iglesia Católica en el poder. Como sucede en los países recién emancipados, la lucha por la obtención del poder, es el principal objetivo de todos los grupos políticos, toda vez que es el Estado que provee la principal fuente de recursos. En el país hubo un ingrediente adicional que detonaba los conflictos y era el relevo generacional que aparecía cuando se cumplía el ciclo de los antiguos jerarcas, quienes se resistían a entregar el poder. Las nuevas generaciones, por lo general, más capacitadas y educadas en el contexto republicano, no se resignaban a quedarse quietas y aprovechando el mínimo descuido de los gobernantes, promovían esos tan frecuentes “golpes de fuerza” para despojarlos de sus poderes.

Apenas despuntaba el siglo XX y por segunda ocasión, los liberales quienes se sentían relegados del poder y del gobierno, se enfrentaron al gobierno del presidente Sanclemente, iniciándose una de las guerras más sanguinarias, crueles y devastadoras jamás vistas en el territorio patrio, sin que lograran su finalidad, resultando derrotados y dejando una estela de muerte y penuria en gran parte del país, pero especialmente en la región oriental, donde se escenificaron las más grandes batallas. Por su duración, la guerra fue llamada “de los mil días”, después de los cuales se firmó el Tratado que titula esta crónica. El 24 de octubre de 1902 se firma el Tratado de Paz de Neerlandia, en la hacienda del mismo nombre, aunque los combates duraron hasta noviembre, culminando en Panamá, entonces departamento colombiano, con la derrota de los conservadores y la amenaza constante de la marina de los Estados Unidos que la había destacado allí para proteger los intereses de esa nación en la construcción del canal interoceánico. Aún con la victoria del general liberal Benjamín Herrera, éste se vio obligado a deponer las armas y rendirse. Finalmente el tratado de paz se firmó a bordo del acorazado Wisconsin el 21 de noviembre de 1902, en donde el general Lucas Caballero Barrera en calidad de jefe del Estado Mayor del ejército unido del Cauca y Panamá, junto con el coronel Eusebio A. Morales, secretario de Hacienda de la dirección de guerra del Cauca y Panamá, en representación del general Benjamín Herrera y del partido liberal, se reunieron con el general Víctor M. Salazar gobernador del departamento de Panamá, y el general Alfredo Vázquez Cobo, jefe de Estado Mayor del ejército conservador en la Costa Atlántica, el Pacífico y Panamá, firmaron en representación del gobierno, el fin de la guerra.

Mientras esto sucedía en aguas del Atlántico, en la legendaria y patriarcal Chinácota, la tierra del Chinaquillo, tumba del Micer Ambrosio Alfinger, se reunían, al estruendo de las bandas militares, sonatas de campanas, vítores cordiales y festejos populares, aquel mismo 21 de noviembre, las egregias figuras colombianas, el general Ramón González Valencia en representación del gobierno legítimo y los ilustres representantes del partido liberal, Ricardo Tirado Macías y Ricardo Jaramillo, para firmar el primer hecho histórico de paz del nuevo siglo, el Tratado de Paz Política.

Ya era hora de poner fin a la lucha fratricida; se necesitaba deponer los odios políticos y obsequiar a la patria con la noble acción de la paz, fue la conclusión a la que llegaron los líderes de ambos bandos y para la firma de tan honroso pacto, le correspondió a la población de Chinácota, tierra de los afectos del general González Valencia, quien un año más tarde le otorgaría el título de Ciudad. Fueron muchas y muy profundas las frases escuchadas en los discursos de ese día, entre las que me permito citar, “Conservar y defender la integridad nacional y sostener sin reservas de paz y legalidad, son elementos que deben tener su aplicación en todos los tiempos, a fin de que la admirable paz no zozobre por voluntad de hombres y doctrinas importadas que nada les interesa la afrenta de la patria, la angustia de los hogares, el desequilibrio de la vida económica y fiscal del país y la desmoralización de las sanas costumbres.” El acto de la firma del documento que oficialmente se llamó Tratado de Paz Política, se firmó en la casa de la Calle Real de Chinácota, lugar de residencia de la familia González Ferrero, de propiedad entonces de la matrona Victoriana Rosa de Sandoval.

Ahora bien, la inquietud histórica que ha honrado la opinión pública desde entonces, gira en torno del por qué se había escogido ese día en particular para celebrar tan magno evento. El general González Valencia, vencedor de las más importantes batallas de esa guerra, como las de Palonegro, El Rosario, San Miguel, la Amarilla y del Sitio de Cúcuta, era el esposo cabal de doña Antonia Ferrero de quien se dice que en aquel memorable día festejaba su cumpleaños. No se sabe a  ciencia cierta si fue por mera coincidencia o por el querer expreso de su esposo, se firmara el Tratado de Paz, pero hay quienes afirman que para presentar a la soberana de tan ilustre hogar, el mejor regalo que existe sobre la tierra: La Paz.

Lo que si fue fácil inferir es que al agasajar así a la compañera de sus días, tan cumplido ciudadano rendía en ella un homenaje a la mujer colombiana.

Cincuenta años después, en la misma población, las principales autoridades civiles, militares y eclesiásticas se reunieron para rendir un emocionado tributo de admiración y gratitud a la memoria de los firmantes y renovar los propósitos de cooperación ciudadana, acatamiento a las instituciones legítimas, culto al trabajo y a las ciencias, respeto a las leyes, a la dignidad humana y a cuanto sea noble y generoso. Para concluir las ceremonias, se rindió un expresivo homenaje filial a la ciudad sede de la firma, la cual fue exaltada como prodigio de laboriosidad, ejemplo de generación blasón de la patria y atalaya del porvenir.

Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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