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Viernes, 25 Enero 2013 - 6:30pm

“Sentí miedo de que matara a mi hijo y a mí”, dice la esposa del homicida de Eileen

Archivo
José Alberto Palacio Vélez,
/ Foto: Archivo
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La compañera sentimental de José Alberto Palacio Vélez, el hombre que confesó sin reparos esta semana haber violado y asesinado a una niña de 5 años en Cúcuta, reveló ayer desde la clandestinidad los pormenores sobre la desaparición de la menor y el macabro hallazgo de su cadáver.

Masiva despedida

La trágica historia comenzó a narrarla detalladamente a partir del domingo a las 8:15 de la noche. A esa hora llegó a su habitación arrendada en una casa de la avenida 25 con calle 23A, donde residía con el agresor y su hijo de 4 años.

Venía de visitar a un pariente y en el sector todos rumoraban sobre la extraña desaparición de una menor.

“El papá de la niña -quien le había alquilado la pieza- al ver que me acerqué a la casa me preguntó que si la había visto. Le dije que no, que acababa de llegar”, recordó.

La pregunta quedó haciendo eco en sus pensamientos. Sin embargo, siguió su recorrido hacia la habitación. Con sus llaves intentó abrir la puerta principal, que da hacia la calle.

“Estaba con pasador”, dijo. Le tocó a José Alberto, quien le contestó rápidamente pidiéndole que se fuera. “Váyase y en media hora viene que estoy embalado”, es decir, “drogado con perico”.

Esa era la segunda vez, en dos años de relación, que el hombre de 45 años la recibía con la noticia de que había consumido estupefacientes. También, era la segunda vez que “me cerraba la puerta con pasador”, añadió.

La mujer insistió en que le abriera la puerta, pero la orden fue la misma: “Váyase. Váyase que estoy embalado”, agregó.

Molesta por la situación, fue y se sentó a dialogar con una joven vendedora de minutos, a quien le hizo saber el desespero de los vecinos por encontrar a la menor, extraviada en ese momento.

La búsqueda a las 9 de la noche era infructuosa y la mujer, cansada del ajetreo, volvió a la habitación para que le abrieran la puerta.

“Le dije que me dejara entrar porque mi hijo tenía hambre. Respondió que esperara”, narró. “Decía que estaba ocupado y embalado”.

La puerta tan solo se abrió 10 minutos más tarde. Entró desesperada a sacar dinero para comprar comida. Iba a prender el bombillo y José Alfredo no se lo permitió.

“Me dijo: ya va a empezar. Usted sabe que el bombillo me fastidia. Le dije que cómo iba a alumbrar. Respondió que con el teléfono celular”, recordó.

Así lo hizo. Con el aparato logró alumbrar un poco. No pudo conseguir dinero sencillo para comprar la cena y le pidió a su hijo que fuera a la tienda a fiar leche y un paquete de cereales.

Mientras tanto, con el celular encendido “alumbraba entre la repisa, la cocina y todas las cosas y nada”. La luz incluso la pasó rápidamente por algunos rincones sobre el piso.

“Me agaché, pero no vi nada de lejos. No revise ni nada. En mi mente no sospechaba. No escuché ruidos. Él estaba normal. Solo lo noté serio y callado.”, explicó la testigo.

El hombre, según relató, jamás se paró de la cama del niño de 4 años y, al mirar debajo de la misma, solo vio “algunas bolsas y un lavaplatos. Tenía unas cosas ahí que me iba a llevar para un lote que pensábamos comprar”, agregó.

Llegada la leche y el cereal, le sirvió al menor y salió a indagar qué había pasado con la niña, quien avanzadas las 9 de la noche aún no aparecía. Por su parte, el niño se quedó sentado con el televisor prendido.

La declarante salió únicamente 15 minutos y regresó para acostar a su hijo. En medio de la oscuridad, y como estaba el ventilador prendido, lo dejó durmiendo. Y volvió a salir.

Afuera los vecinos permanecían buscando. En el ir y venir llegó la medianoche. A una joven se le ocurrió sacar fotocopias con la fotografía de la niña y así lo hicieron, pero sin poner dirección ni teléfono.

La familia de la niña no estaba. “El papa no tenía teléfono. La mamá sí tenía, pero no me lo sabía. Entonces ofrecí el mío por si llamaban. Mi pensado era avisarle a los papás si reportaban que habían encontrado algo”, argumentó.

Reunidos con los habitantes del sector, una persona aseguró que habían visto a una niña llorando y solitaria en el barrio Colinas.

“Fui corriendo y le conté” a la desesperada madre. “Le dije que estaban diciendo eso al frente. Incluso había gente en la calle escuchando. Fueron a buscarla y nada. Yo no estaba inventando nada para distraer a nadie”, afirmó tajantemente.

Con la falsa alarma se dieron las 2 de la madrugada del lunes. La mayoría de personas se habían ido a dormir y ella hizo lo mismo. Entró nuevamente a la pieza. No la dejaron prender el bombillo y José Alberto seguía acostado en la cama del niño.

No se quería parar. “A mí no se me pasaba por la mente que él hubiera sido. Estaba sana”. La mujer le pidió que se pasara para la otra cama, la de pareja, y el hombre hizo caso.

“Me preguntó por la niña. Le dije que no había aparecido y me manifestó que eso también era descuido, porque la habían dejado en la calle”, añadió.

La inquietante desaparición no la dejó dormir tranquila. Una hora más tarde decidió levantarse para ir al baño y averiguar por la suerte de la Eileen Yaritza.

A su salida vio a la familia aún despierta y más desconsolada. Se les acercó y se sentó con ellos en la cama. Dialogó unos 15 minutos y retornó a su cuarto.

“Les dije que a las 4:30 de la mañana, cuando José Alberto se fuera a trabajar, volvería para preguntar si tenían noticias favorables”, aseveró.

Se cumplió la hora y su compañero se levantó, pero no precisamente para salir a trabajar. “Sentí cuando se bajó de la cama. Me pregunté ¿qué pasará? ¿Qué irá a hacer? Cuando menos lo esperaba sacó un bulto. Escuché la bulla”.

El obrero de construcción estaba intentando llevarse el cuerpo de la niña. “No prendí el teléfono celular ni nada. Él ya había abierto la puerta y entraba un poco de claridad. Cuando la estaba sacando alcancé a ver los piecitos”.

Los nervios la invadieron. No fue capaz de pararse. “Pensé en mi hijo. Pensé en la niña. Me estaba quedando sin respiración. Como pude agarré a mi hijo y lo apreté a mi pecho”.

El hombre salió con el cadáver y demoró en el patio de la casa entre 10 o 15 minutos. Regresó callado y cerró la puerta, sin percatarse que su pareja estaba despierta observando su macabro accionar. Tampoco se dio cuenta dónde estaba el niño de 4 años.

Descaradamente, se volvió a acostar infundiendo en silencio aún más temor en su compañera, quien aseguró que se abstuvo de hacer un escándalo por miedo.

“Pensé en lo que me podría hacer una persona drogada. Mata a mi hijo y a mí. Por eso me quedé callada”. Su malicioso pensamiento tomó fuerza al recordar, además, que en una ocasión en 2011 la había amenazado.

“Cuando salió de la cárcel me dijo que si él cometía una embarrada y yo lo sapeaba era capaz de hacerme algo. Y que si me veía con un mozo lo mataba”.

Con ese miedo siguió acostada hasta las 5:15 de la mañana, cuando escuchó los gritos desesperados del padre de la niña.

“Salí empura con mi niño en el pecho. Él también se levantó. Se hacía el que no sabía nada. Abrí la puerta y vi al padre con la niña en sus brazos. La mamá se tiró al suelo”, sostuvo.  “Les abrí la puerta de la calle para que salieran hacia la clínica. Por temor y miedo no hablé”.

La mujer insistió que esa es toda la verdad sobre el atroz hecho de sangre. “De corazón lo digo, esa es la verdad. No soy cómplice. Sí me arrepiento de haber guardado silencio, pero lo hice por miedo”, reiteró. La testigo aseguró que el lunes a las 10 de la mañana narró este mismo testimonio a las autoridades.

 

 

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