Todos los días, Alirio Molina Pérez salía de su casa en el barrio Los Alpes, a las 3:00 de la mañana, con su esposa hacia Cenabastos para comprar la cebolla que después vendía en la calle. Por eso, a sus vecinos les sorprendió que muriera de  forma violenta.

Se acostaba temprano, no era un bebedor reconocido ni se escuchaba que tuviera por ahí problemas con nadie. Ellos apenas sabían su nombre, era una persona bastante discreta.

Pero este domingo, a las 3:00  de la tarde, cuando tomaba gaseosa con su esposa, sentado en una silla en la entrada de su casa, tres hombres llegaron, le dispararon y se fueron. Él murió de forma instantánea y a ella una bala la rozó la pierna derecha.

“Solo escuchamos los disparos”, contaron los vecinos.

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Los agresores corrieron por un matorral en medio de la montaña. El cuerpo de Molina, con varios balazos, quedó tirado en el interior de la vivienda, debajo del techo de lata, recostado contra el lateral de una cama y sobre el piso de barro.

Sus cuatro hijos, todos menores de edad, fueron los últimos de enterarse, porque estaban vendiendo ocho rollos de cebolla larga en el barrio Belén, en el momento del crimen.

Cuando llegaron a la casa, incrustada como muchas, casi como cambuches en zonas donde solo se vive por necesidad, se encontraron con las autoridades inspeccionando a la escena del crimen, los curiosos amontonados y el cuerpo de su padre tapado con una sábana.

Su madre, mientras tanto, era atendida en la Unidad Básica de Loma de Bolívar.