Las autoridades locales están en mora de impedir este peligroso reclutamiento que hacen las bandas criminales de habitantes de la calle y drogadictos.
Bacrim tienen en el canal materia prima para delinquir
Jhon Alberto* camina como un zombi. Su cuerpo famélico, de 1.80 metros de estatura, es una bolsa de huesos. A sus 26 años, su vida transcurre en las alcantarillas del canal Bogotá. De ese oscuro mundo sale solo cuando se le agota el basuco que consume y que lo tiene convertido en un empedernido adicto.
Desarrapado, cabizbajo, pide ayuda a otro joven que lo acompaña para poder salir del canal hacia la carretera. No tiene fuerzas. Sus ojos son dos cavidades desorbitadas, vagas. Necesita hacer algo para conseguir de nuevo su ‘alimento’. A simple vista se puede ver el temblor de sus manos. Sufre para caminar. Es una presa fácil.
Así como él, al menos otros 200 jóvenes que deambulan por el canal Bogotá serían ‘materia prima’ disponible de las bandas criminales para cometer atentados en la ciudad, como el que se llevó a cabo con Omar Parada Rodríguez, de 31 años, quien era asiduo inquilino de este lugar.
A Parada, quien es padre de dos hijos, lo reclutó la banda criminal Los Rastrojos para que le quitara la vida a Diego Armando Vargas García, de 27 años, pero falló. Según el comandante operativo de la Policía, coronel Franklin Cruz Suárez, tenía antecedentes por porte ilegal de armas, lesiones personales y tentativa de homicidio, o sea que no era la primera vez que andaba en malos pasos inducido por esta banda criminal.
Los Rastrojos dominan no solo la venta de drogas a lo largo del canal Bogotá, sino también la de gasolina al menudeo en la ciudad. Ese día que eligieron a Parada fue para que le quitara la vida a Vargas, quien se había negado a pagar la vacuna que le cobraban por vender combustible.
La Opinión conoció que Vargas es hijo y hermano de Faustino Vargas Urraya, de 59 años, conductor de tractor, y de Mario Orlando Vargas, de 20, pimpinero, asesinados a disparos por Los Rastrojos el pasado 20 de enero, en la vereda La Esperanza, en la vía a Puerto Santander.
El reclutamiento es sistemático. Los Rastrojos los envenenan con el basuco, la marihuana y la heroína que les venden, y al mismo tiempo se aprovechan de su adicción para vincularlos en atentados. Ellos dependen ciento por ciento de dichas sustancias.
Los eligen por el perfil. Por ejemplo, para el atentado a Vargas, seleccionar a Parada les daba garantía de que la ‘vuelta’ sería efectiva, ya que tenía conocimiento y manejo de armas de fuego, como quiera que prestó el servicio militar.
El poder de la seducción
Convencer a cualquiera de sus víctimas no les da mucho trabajo a Los Rastrojos. Las mismas armas del consumo son efectivas a la hora de convencerlos. “Les ofrecen un cuarto de basuco (unas 400 papeletas de gramo), un millón de pesos, una pistola y una moto, cuando se trata de matar a alguien”.
Claro, esa cantidad de droga y la plata los pone a alucinar. En su mente se maquina tres o cuatro días encerrado en una de las residencias del centro consumiendo, solo consumiendo. Eso los lleva a cumplir cualquier orden que les den, como se cree que sucedió con Parada.
También son empleados para el cobro de extorsiones o como correos humanos dentro de la ciudad para trasladar droga y armas, dado que por su apariencia de habitantes de la calle raras veces son requisados por la Policía.
Cada trabajo tiene su precio, por ejemplo, para ir a recoger la plata de una extorsión, si se culmina con éxito, al elegido, si es consumidor de heroína, le entregan veinte dosis, o si es de basuco, igual, además de 50 mil pesos en efectivo, lo que les garantiza dos días seguidos de consumo.
Uno no tiene nada que perder, dice Jorge*. “Por años hemos vivido en la mierda, nadie se preocupa por nosotros, así que qué más da”.
Gonzalo, de 24 años, es consumidor de basuco. Él comentó que ansía salir del oscuro mundo en el que anda, pero nadie le ofrece un lugar seguro ni le garantiza la rehabilitación. “A todos los que vienen al canal a hablar con nosotros le hemos dicho que dónde está el sitio al que nos van a llevar, pero ninguno nos responde”.
La alcaldía y la policía han adelantado en los dos últimos meses una docena de tomas al canal y de aquellos lugares donde hay presencia no solo de drogadictos sino de ollas del microtráfico, sin embargo, si bien los resultados son positivos en incautaciones de armas blancas y celulares robados, en cuanto tiene que ver con los habitantes de la calle y de los drogadictos aún no se da una solución de fondo. Ellos regresan al canal al día siguiente de los operativos a ponerse a las órdenes de las bacrim.
(*) Nombres cambiados a petición de los entrevistados.
Alguien quiere ayudar, pero…
Al proyecto que tiene en marcha Depald Corporación Internacional, una entidad que se dedica en el área metropolitana a la rehabilitación integral de habitantes de la calle y drogadictos, le sobra voluntad de sus directivos, pero le falta apoyo de las autoridades.
Carlos Basto, presidente de la corporación , dijo que con la población de la calle y drogadictos que concurren a diario al canal Bogotá tienen un plan, una estrategia que va más allá de sacarlos del consumo de sustancias sicoactivas. “A ellos hay que reintegrarlos a la vida productiva, porque nada sacamos con la cura del mal si siguen desvinculados de la sociedad”.
Se refirió a los serios riesgos a los que se enfrentan en la calle, frente a lo cual, dijo que no solo están a merced de actuar en el delito, sino también de adquirir enfermedades de transmisión sexual, todo por asegurar el consumo. Basto dijo que lo que se han encontrado en los estudios que han adelantado de esta población, es que ahora están en este mundo no solo hombres adultos, sino niños y mujeres.
Depald Corporación Internacional propone crear una casa de campo en las afueras de la ciudad, dotada de las herramientas y el talento humano necesarios para trabajar en la desintoxicación y asesoría de estas personas, pero también en el plano espiritual.
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