‘El linotipo, la mejor máquina que existió’
Hace año y medio Guillermo Colmenares no sabe que es tocar un linotipo, sin embargo, sus 56 años de experiencia en el manejo y reparación de esta máquina le hacen afirmar que esta es la mejor máquina que se haya inventado.
Con 79 años, evoca los tiempos en que el linotipista era pieza clave para que los diarios y semanarios pudieran circular. Sus jornadas de trabajo se podían extender hasta la 1 de la madrugada y lograba transcribir hasta 16 páginas.
Durante cerca de 10 años, Colmenares fue el único linotipista del desaparecido Diario La Frontera. Empezó como barrendero y mandadero en le periódico. Luego se fue para Bogotá y aprendió a usar el linotipo, cuando regresó a Cúcuta ocupó el puesto y la máquina que limpió años atrás.
En medio de risas recordó cómo aprendió a manejar a escondidas la máquina con la que sacó adelante a su familia.
Llegó a trabajar en oficios varios a una tipografía y litografía, y en las noches, al terminar el horario laboral, y cuando su jefe se iba del local, Colmenares le daba unos pesos al vigilante para que lo dejara entrar y a practicar en el linotipo. En poco tiempo estaba frente a la máquina escribiendo tarjetas y afiches. Luego trabajó para una revista de la comunidad Jesuita.
Colmenares se vino de vacaciones a Cúcuta y le ofrecieron trabajo en San Cristóbal, como el sueldo se le triplicó decidió quedarse.
Solo usaba siete o seis dedos para teclear los textos , pero se ufana de tener una ortografía impecable. Asegura que con el linotipo tenía que estar atento a cualquier error, si a los periodistas se les pasaba algún error gramatical él los corregía. Mientras que hoy día se tienen decenas de fuentes de letra, con el linotipo de 1931 solo tenía 8 opciones de tipografía.
Su trabajo también lo pulió como mecánico. Aprendió a reparar estas máquinas. Ya no solo lo buscaban para que escribiera sino para que las arreglara.
En 1992, y luego de pasar por varios periódicos y revistas locales y venezolanas, decidió comprar sus propio linotipo y abrir su propia imprenta. Se dedicó a hacer lo que más le gusta, trabajar al sonido de su amada máquina. La compró en ese entonces en 500 mil pesos. Ni siquiera con linotipo propio sus hijos se le midieron a aprender. Colmenares aseguró que tuvo buenos maestros par aprender el oficio, y se quedó con las ganas de enseñar en casa.
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