Henry Eshiboko agradece a este deporte lo poco que tiene en Kibera, lo cual es mucho para él.
Ser futbolista en un suburbio de Kenia
A sus 20 años, Henry Eshiboko se considera un privilegiado. Vive con su mujer y su bebé en una choza sin ventanas de nueve metros cuadrados, que dispone de un enchufe y de un acceso a agua a menos de 10 metros de la puerta de entrada.
Mejor aún: los muros y el techo de lona, mantenidos por sólidas vigas de madera, no dejan pasar el agua cuando llueve.
“Todo esto es gracias al fútbol”, explica este joven habitante de Kibera, uno de los mayores suburbios del mundo, en el corazón de la capital keniana, Nairobi. “Con la prima de entrenamiento, 250 chelines (2,25 euros), cuatro veces por semana, alimento a mi familia y pago una parte del alquiler”.
“Las primas por partido - 2.500 chelines (22,5 euros) por una victoria fuera de casa, 2.000 a domicilio -, nos permiten comprar ropa, utensilios de cocina o algunos extras. Ahora mismo, mi esposa está en el peluquero”, sonríe este tipo alto, cuyo rostro marcado se ilumina cuando habla de fútbol o de su familia.
En Kibera, verdadero océano de chabolas esparcidas entre calles llenas de basura y con un olor nauseabundo, la vida de Eshiboko podría asimilarse al lujo: el 80% de la población no tiene acceso a la electricidad y muchos son los que malviven con menos de un euro diario.
La vida de Henry ha mejorado con las primas. Con tres ascensos consecutivos, los Black Stars (Estrellas Negras) son ahora el mejor equipo del suburbio. Esta temporada disputarán la National Super League (2ª división del fútbol keniano).
El equipo vegetaba hace unos años en las categorías inferiores, pero el club se reestructuró y ha encontrado la manera de poder pagar primas, según explica el entrenador Godfrey Otieno, exjugador profesional que ha decidido quedarse a vivir en su Kibera natal “para ayudar a los jóvenes”.
“Antes, no había más de 6 o 7 jugadores en el entrenamiento”, recuerda el técnico, destacando que pedir disponibilidad cuatro días por semana para entrenar y los fines de semana para jugar sin compensación financiera “es difícil”. “Pero, ahora, todo el mundo viene y puntualmente”.
Revancha contra el destino
Los jugadores viven el ascenso de los Black Stars como una revancha contra el destino.
“No porque seamos de Kibera estamos incapaces de realizar cosas o que no podamos tener ambiciones”, asegura Henry. “Cuando se habla de Kibera, se habla generalmente de criminalidad, droga, pobreza. No lo negamos, tenemos nuestros problemas, pero gracias al fútbol demostramos que Kibera es más que todo eso”.
El capitán del equipo Esan Karani añade que “es como si la luz apareciese de la oscuridad”.
“Nos gusta el espíritu de este equipo, son gente de Kibera que juega y que nos representan”, asegura Bildad Ilondounga, un enfervorecido hincha de los Black Stars. “Cuando miramos al terreno de juego, vemos jugar a nuestros vecinos”.
Esta popularidad del club tiene también una dimensión social. Los jugadores visiten regularmente a familias necesitadas para darles ropa y alimentos y una parte del escaso presupuesto de los Black Stars se destina a un equipo de niños del suburbio, los Slum Soka, que sirve también para forjar a jóvenes futbolistas.
“A veces me ocurre que tomo el bus y no tengo que pagar el trayecto porque la gente me dice: ‘Es un Black Star’”, dice Eddy Odhiambo, delantero de 21 años.
Pero, los jugadores se benefician también de esta dimensión social, que por ejemplo pueden aprender francés gracias a un convenio con la Alianza Francesa.
Henry sueña desde entonces con jugar en el Mónaco, mientras que Eddy se contentaría con jugar “en cualquier club de Francia o Inglaterra, porque allá se habla idiomas que hablo y entiendo”.
“Si uno o dos jugadores de este equipo pueden ir un día a jugar en Europa, el objetivo se habrá alcanzado”, completa el entrenador.
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