Todos los días ingresan por el puente internacional Simón Bolívar unas 35 mil personas procedentes de Venezuela.
Gracias, Colombia, por su apoyo: Venezolanos
Era 20 de julio de 1985, cuando las hermanas Carmen Cecilia y María Elena Ibáñez, decidieron irse para Venezuela.
Las dos tenían serios motivos para atravesar la frontera y adentrarse hasta Rubio, donde tenían pensado fijar su domicilio.
El empleo estaba estancado y en el gobierno del presidente Belisario Betancur las oportunidades eran limitadas, así que lo mejor era irnos del país, recuerda Carmen Cecilia.
María Elena recuerda que había una especie de fuga de colombianos, atraídos por la moneda. Valía la pena la aventura, porque el vecino país atravesaba uno de sus mejores momentos en materia económica. En el gobierno del presidente Jaime Lusinchi un bolívar de la época valía entre 14 y 15.5 pesos colombianos, dice María Elena.
La permanencia de las colombianas en Rubio no había sufrido altibajos sino hasta treinta años después, en 2015, cuando el presidente Nicolás Maduro, de manera unilateral decretó el cierre de la frontera.
“Aunque con (Hugo) Chávez ya se había desatado la crisis, fue después de su muerte y con el arribo de Maduro al poder que las cosas cambiaron, “y de qué manera, al punto de que no se consiguen medicinas y los alimentos escasean en todas partes. Si desayunas, no almuerzas ni cenas”, relata María Elena.
Ambas hermanas vinieron a Villa del Rosario a renovar el Sisben y a hacerse unos exámenes médicos, justo el miércoles 20 de junio, fecha en que se celebraba el Día Internacional del Refugiado y del Desplazado.
Aunque son colombianas, ellas dicen que al igual que los venezolanos se sienten refugiadas y desplazadas en su propia tierra.
Allá en Rubio no hay alimentos ni cómo sacarse uno un examen de laboratorio, no hay reactivos ni vacunas, todo se estancó, por eso todos venimos a Colombia, donde nos atienden como verdaderos hermanos, estamos muy agradecidos por la solidaridad con que nos atienden, dice Carmen Cecilia.
El reconocimiento por la solidaridad que les han transmitido en Colombia a las hermanas Ibáñez y a los cientos de venezolanos que han migrado desde 2015, quedó consignado en un mural que Acnur y la compañía estadounisense WeWork instalaron en el puente internacional Simón Bolívar, en el marco de la campaña ‘Somos Panas Colombia’.
“Es lo más justo dar las gracias por tanta solidaridad, por tanto apoyo desinteresado que nos han dado. Esto solo lo hacen los hermanos y los pueblos que se quieren”, dijo Carmen Cecilia, quien a su regreso al barrio Santa Bárbara, en Rubio, aprovechó para llevar los alimentos que allá no consigue, como arroz, pastas y harina.
En los dos últimos años ha ingresado a Colombia más de un millón de venezolanos, algunos van de tránsito a países de Suramérica, otro tanto a ciudades del interior del país, y en su mayoría se quedaron a vivir en municipios de Norte de Santander, como en Villa del Rosario y Cúcuta, estos dos con cerca de sesenta mil personas.
El maracucho Ángel Soto, de 40 años, es uno de ellos. Él cumplió dos años viviendo en Villa del Rosario. Dijo que el hambre lo hizo migrar hacia Colombia en busca de trabajo para sostener a sus tres hijos. Trabaja en una joyería.
Félix Martínez, vino procedente de Maracay, estado Aragua. Es tanto el agradecimiento que expresa por Colombia que en medio de sus palabras irrumpe a llorar. “He recibido mucho cariño de gente que no conocía. También conseguí un trabajo en una empresa de turismo y ello me ayudó para mandar dinero a mis dos hijos allá en mi Maracay”.
Jerry Zambrano, es padre de dos hijos y migró a Colombia hace ocho meses procedente de San Cristóbal. “Mis palabras con colombia son de agradecimiento, porque me abrió sus puertas y con ello puedo conseguir el alimento que necesitan mis dos hijos y mis papás”.
La estabilidad para los migrantes venezolanos sigue siendo incierta en su país, más ahora que va a asumir un nuevo presidente en Colombia con el cual no están nada bien las relaciones con Maduro, dicen las hermanas Ibáñez, quienes aseguran que tendrán que resignarse para ver la luz al final del túnel. “Tenemos fe de que esto acabará, aunque no sabemos qué pronto sea”.
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