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Domingo, 4 Septiembre 2016 - 3:00am

Esta es la vida de una venezolana buscando trabajo en Cúcuta

El cierre de la frontera colombovenezolana cambió la vida de decenas de personas, especialmente en su entorno laboral.

La Opinión
Sheila Flórez está por cumplir un mes en Cúcuta, tiempo durante el cual ha trabajado en lo que ha podido, por un salario más bajo de lo legal.
/ Foto: La Opinión
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De ser asistente de abogados en Valencia, capital del estado de Carabobo, Sheila Flórez* pasó a convertirse en la empleada del servicio de un billar en el centro de Cúcuta.

Aunque su trabajo incluía la atención de las mesas y llevar parte de las cuentas, también debió hacer una de las tareas más desagradables de su vida: limpiar baños y pisos, con todo lo que tuvieran encima, regado y salpicado.

Sonriente y pícara, cuenta que antes de salir de Venezuela jamás tomó un trapero, pues vivía con algo de comodidad y siempre tuvo quién le ayudara en los oficios del hogar.

“Yoli se me reía en la cara porque yo no sabía trapear”, dice recordando a su primera jefa. “Ese día fue traumático: me volvía loca con los vueltos y cuando terminé casi me da un infarto por la limpieza”.

Cuenta que lidiar con borrachos fue incómodo, pero nada comparado con el aseo de los orinales.

“Entré a trabajar a las 10 y media de la mañana, y salí a la una de la madrugada... ¡Me salieron ampollas en las manos!”, recuerda. “El primer fin de semana fue fatal, pero el siguiente sí estuvo más fácil porque ya sabía más del manejo de la plata y hasta hice 100 mil pesos”.

Toda una hazaña para alguien que lleva menos de un mes en el país y cuyas labores solo se pagan a 20 mil pesos por día, sin prestaciones sociales o cualquier otro beneficio contemplado en la ley.

La razón: está como decenas de venezolanos indocumentados haciendo unos pesos para llevar al otro lado de la frontera.

Si bien la paga es poca, Sheila agradece haber tenido una oportunidad sin arriesgar su pellejo como hacen otras, dedicadas a la prostitución.

“Aquí hay muchas chicas en eso y en el pool, a veces ven una mujer joven, bonita y creen que también soy de esas, pero no”, asegura.

Aunque tuvo suerte, fue despedida del billar por ser venezolana; “nunca pensé que me fueran a discriminar por eso”.

Triste, mas no vencida, pensó en irse, pero hizo un último intento, y en menos de una semana estaba en otro pool, ganando un promedio de 30 mil pesos diarios, “¡Sin propinas!”, afirma entre risas.

Si bien los aportes voluntarios de los nuevos clientes no son lo esperado, asegura estar muy entusiasmada con el trabajo.

“Tengo jefes chéveres, muy atentos, que me dan almuerzo y cena, y a veces compran refresco”.

Esos pequeños detalles son los que han hecho su estadía más llevadera, además de los inmensos hallazgos.

“Aquí hay comida y muchas cosas que no se encuentran allá”, dice. “El otro día me compré unas Pringles, chocolates, pingüinitos, y mis amigas piden que cuando vaya les lleve”.

Y ni hablar de la impresión que le causó encontrar “la primera tiendita”.

“Casi lloro de la emoción. Estaba asombradísima y me puse a tomarle fotos a todo. Pensé que si así esa era la tiendita, ¿cómo sería el supermercado?”.

Sin embargo, no todo fue tan dulce para ella, porque cuando fue despedida perdió toda esperanza de conseguir el salario mínimo que quería obtener acá, para volver a su tierra con un poco más de dinero.

“Me dijeron que acá el salario mínimo era como de 600 mil pesos, pero ya no voy a poder conseguirlo”, dice resignada. “Aunque tengo el nuevo trabajo, hay gastos y me he dado cuenta de que el pool no me va a dar más…”.

Y volver...

Sheila cumplió ayer una semana en el lugar donde trabaja, y planea quedarse un par de semanas adicionales para luego regresar a su otra realidad, con su hija de seis años a quien dejó unos días para probar su suerte.

“Ha sido duro, pero ella está con el papá y hablamos todos los días”, relata. “Me mandan fotos, audios, y estamos en contacto”.

Por ahora solo le preocupa que la pequeña tiene una alergia en la piel “porque el agua está malísima, muy contaminada”.

“En Valencia había un brote de sarna, y por la poca calidad del agua hay muchos niños con ese brote, como cuando tienen sarampión, o varicela”, afirma. “Tengo que buscarle una medicina, que allá no se consigue”.

Según dice, las dificultades para conseguir comida, medicamentos y buenos servicios, son recientes, pues hasta cuando su hija tuvo dos años no era de esa manera; en ese entonces podía darse ciertos gustos en comida o ropa, pero ya no.

“Una vez, salí apuradísima de la casa, y cuando iba llegando al trabajo me di cuenta de que estaba en chanclas. ¡Imagínate! Y dije, pues tendré que meterme a una tienda a comprar zapatos… ¿Ahora? No, ahora no se puede. Si quieres comprar zapatos hay que ahorrar como tres meses de sueldo com-ple-ti-cos”, enfatiza.

De regreso se desempeñará en lo que sí sabe: tramitar y redactar actas constitutivas, de asambleas, registro de empresas, entre otros documentos legales.

“Yo gano bien, porque hago unos 10 mil bolívares por documento hecho; la cosa es que todo está muy caro y cuando vas al mercado los bachaqueros compran varias veces y se llevan todo”, dice inconforme. “Yo consigo porque me toca ir adonde los mismos bachaqueros, pero la comida y la ropa están incomprables”.

Aunque Sheila no llegó a Colombia por una trocha, sino que ingresó por Puerto Santander, no selló su pasaporte y tampoco ha hecho ningún trámite para legalizar su estadía.

El riesgo que corre todos los días de ser deportada lo vivió hace unos días cuando la Policía llegó al billar pidiendo documentos.

“Me pidieron la cédula y yo solo me quedé ahí parada, como un fantasma, porque no supe qué hacer. El muchacho me insistió y yo me metí al depósito, pensando en qué decir. Ahí le dieron unos refrescos y pudimos distraerlo, pero no quiero volver a pasar por eso”, manifiesta.

Para cambiar su destino, preferiría quedarse legalmente pero primero debe cuidar de su hija y buscar la manera de traerla a vivir en Cúcuta.

“Me voy triste por la broma esta de la plata, y pues sin poder darle a mi hija la oportunidad de comer cosas diferentes, porque me pareció súper barata la comida. Por mí, volvería pronto. La verdad me encantó y me pareció impresionantemente seguro, puedes andar por la calle tranquilo, sacar el celular y contestar… ¡Es que eso allá no se puede!”.

También destaca la voluntad de trabajo de la gente y resalta que “las personas no se dejan morir”, aunque anhela poder tener una opción de vida sin el estigma de ser venezolana.

Por ahora, y por el tiempo que queda, seguirá ganando la confianza de sus jefes, que el lunes pasado le permitieron abrir el billar sola y cuadrar caja; allí, además, ya no tiene que entenderse con el ‘greñudo’ para limpiar pisos.

“No te creas, es que todavía no lo sé usar muy bien”,  concluye con una carcajada y sigue su trabajo porque el tiempo apremia y los clientes, así no den propina, deben ser atendidos con cerveza, paciencia y sin dejar ver que hay una mujer totalmente transformada frente a ellos.

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