En Villa del Rosario hay un horizonte de diversión para la niñez que migra
El drama de los migrantes ha tenido muchos rostros con el pasar de los años. Hoy 1’400.000 venezolanos y 500.000 retornados están en Colombia en búsqueda de un mejor futuro, oportunidades laborales y calidad de vida.Sin embargo, no todos los venezolanos logran este objetivo en el corto plazo, y lugares como La Parada, en Villa del Rosario, se convierten en un campo de sueños rotos.
En las calles aledañas a la cancha de fútbol de este sector se alzan cambuches en los que los migrantes acampan para estar cerca de la Casa de Paso la Divina Providencia, y así poder comer al menos una vez al día.
En los alrededores de la cancha, los caños de agua son usados como baños improvisados para limpiar a los niños, cepillarse los dientes, lavar la ropa y recoger el preciado líquido para sus necesidades básicas.
Los cambuches improvisados son tan pequeños que es difícil creer que una persona duerma allí. A pesar de que muchos migrantes venían a buscar una mejor vida, los que no se aventuran a llegar al interior del país caminando, no lo han conseguido.
En el medio de esta tragedia humanitaria están los niños, las víctimas más inocentes del proceso migratorio. Un pequeño parque de juegos alrededor de la cancha los aglomera en las primeras horas de la mañana. Allí, más de 50 niños comparten en los resbaladores y columpios, siendo ajenos a la realidad en la que viven.
A partir de las 8 de la mañana aparecen con camisetas verdes, blancas y azules los miembros de la Fundación Horizonte de Juventud.
Esta oenegé de Villa del Rosario lleva siete meses visitando la zona para realizar juegos, dinámicas y guías didácticas y brindar un espacio de diversión y esparcimiento a los más de 100 niños que empiezan a brotar de todos los alrededores de la cancha.
Estos pequeños se reúnen con los voluntarios para formar una gran rueda en el medio de la cancha de microfútbol del sector; frente a ellos están sus padres que, bajo el sol, hacen una fila que empieza a las 8 de la mañana y culmina pasado el medio día.
A pesar de su difícil situación, los hijos de los migrantes que viven en La Parada no dejan de soñar ni de divertirse.
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El trabajo
Jhony Cifuentes, director de la fundación, dijo que lograron el apoyo del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), para implementar sus programas sobre protección, lactancia, manejo del agua, nutrición e higiene.
“Las familias de venezolanos que hemos atendido tienen mínimo dos hijos, algunas hasta cinco; la necesidad más grande que hemos encontrado es la nutrición”, explicó.
Los voluntarios y miembros de la fundación también prestan este servicio a los niños que se encuentran en el Centro de Atención Transitorio para Migrantes (CATM) y en el Centro de Atención Nacional de Migrantes (Cenaf) brindan información a los venezolanos sobre las rutas y los transportes autorizados que hay hacia el interior del país; y sobre los riesgos del viaje que emprenden muchos como ‘caminantes’.
“Unas 300 personas salen a caminar diariamente. Nosotros en el Cenaf brindamos la información sobre los documentos que necesitan para viajar, porque descubrimos que a muchos migrantes les ofrecen pasajes hasta Ecuador y no les dicen los documentos que deben llevar y por causa de eso los bajan en medio del trayecto”, dijo el director de la fundación.
Cifuentes agregó que en el sector ya se han generado acciones xenófobas, sin embargo resaltó que la gran mayoría de personas ven a los migrantes como una “oportunidad de negocio”.
“Los vecinos del sector se han ido de sus casas para arrendarlas, cobran $3.000 la dormida, $2.000 la bañada, eso hace que las personas no los rechacen”, manifestó.
Victoria Silva viene desde Valencia y hace cuatro meses llegó a Colombia. Ella junto a sus dos hijos de 7 y 4 años llegaron al país buscando mejores oportunidades.
“Al principio el cambio fue fuerte”, sin embargo con el tiempo Silva ha logrado ‘renacer’ y hoy ayuda a la fundación en el desarrollo de sus actividades, con sus conocimientos en terapia psicosocial, que obtuvo en una carrera universitaria que inició pero no pudo terminar en Venezuela.
Los miembros de Horizonte de Juventud trabajan de lunes a viernes de 8 a 11 de la mañana en la cancha de La Parada. En cada una de sus actividades logran reunir entre 70 y 100 niños. Cifuentes resaltó que en el caso de los niños no debe importar su nacionalidad, sino que son seres humanos desprotegidos y que sus derechos están siendo vulnerados en su país (Venezuela) y en este (Colombia).
La oenegé tiene 16 miembros fijos y 20 voluntarios, entre ellos varios profesionales en psicología y pedagogía, también venezolanos que viven en el sector. La mezcla cultural del grupo fortalece uno de los mensajes más importantes de la fundación, “la xenofobia nos empuja a la discriminación”.
Un programa que ejecuta la fundación es la promoción de la lactancia, capacitando sobre el tema a madres del sector.
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Mientras esperan los recursos que Unicef girará para la compra de materiales y el reconocimiento a la labor de los voluntarios. Horizonte de Juventud creó una página web en la que además de información sobre las actividades, tienen una ventana para que las personas se vinculen como voluntarios o hagan donaciones.
El portal digital fue creado por una estudiante universitaria de Bucaramanga. Cifuentes dijo que aunque han tocado las puertas de las universidades de la región para buscar profesionales que se sumen al proyecto, no han recibido apoyo.
Aproximadamente a las 9 de la mañana la actividad se interrumpe, los niños que coloreaban diferentes guías didácticas son llamados por sus padres, quienes necesitan que vayan a la fila junto a ellos para recibir su ‘ficho’ del almuerzo.
“Hemos hablado con el padre Caña para que nos dé algunos turnos especiales, sin embargo él nos dijo que no. Esto nos corta las actividades porque los niños tienen que dejar los juegos y las dinámicas para ir a hacer fila con sus papás”, reclamó Cifuentes.
Una de las niñas que dejó la actividad para ir a la fila le pidió al voluntario que le regalara la guía; luego, de la mano de su madre y dando pequeños saltos, se fue de la cancha. Tenía una sonrisa que demostraba su felicidad y representa lo valioso que es para los niños poder jugar y divertirse en medio de la migración.
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