La frontera sólo se ve llena de deportados que esperan su turno para recibir ayudas.
En La Parada abren los negocios, pero no llegan los clientes
El silencio se apodera de gran parte de La Parada. Locales abiertos y sin clientes, talleres y montallantas vacíos, y casas de cambio cerradas reflejan el panorama económico en la frontera. Todo está quieto.
Josefina Ruiz lleva 40 años en el mercado de cambio de bolívares y asegura esta es la primera vez que enfrenta una crisis tan fuerte.
Cada día que pasa sin cambiar bolívares y pesos pierde 300 mil pesos.
Por eso, se aventuró a abrir su caseta de cambios para ganarse unos pesos vendiendo cigarrillos y dulces.
Ruiz no tiene competencia alguna esta mañana, las casetas vecinas están vacías y los locales de cambio de las dos cuadras siguientes también.
El panorama no mejora en los supermercados vecinos. Pese a que desde muy temprano los comerciantes abrieron sus locales, no hay quién les compre.
“La vaina está jodida”, dice resignada una de las propietarias. “Abrimos como para que la mercancía se ventee un poco. Esto parece un desierto”.
Las calles siguientes, por donde a diario suben y bajan decenas de vendedores con todo tipo de mercancías, también están vacías.
Pocos carros transitan por el sector y por lo menos 10 busetas están estacionadas en el paradero.
Unas cuadras más adentro de La Parada, en las cercanías al Colegio La Frontera, se ve la muchedumbre.
Niños y adultos se pasean por las calles cargando bolsas y colchonetas. La tienda de doña María está llena, y no precisamente de clientela. Decenas de familias se estacionaron frente al local, a la espera de que las nombren para recibir alguna ayuda.
En una de las esquinas están Astrid Ballester y su familia, que desde el sábado abandonaron su casa en San Antonio para evitar ser deportados. Acurrucada en el andén junto a su esposo y seis de sus nueve hijos le hecha un vistazo a las bolsas que su hijo mayor le acaba de traer. Pañales, una papeleta de café que no sabe donde preparar, pues solo llegó a La Parada con lo que tenía puesto, y un litro de gaseosa, son toda su fortuna.
“Mire, mamá, me dieron esta pantaloneta, pero está muy corta”, dice su hija de 11 años, al destapar otra de las bolsas.
La familia durmió la noche anterior a la orilla del río, y muy seguramente lo harán esta semana. En los albergues, aseguran, no tienen cabida.
Más adentro, en la calle 2, las casas que limitan con el sector La Playa pierden visibilidad. Los cambuches que armaron los deportados a las afueras de las viviendas las camuflan.
En los siguientes 100 metros se observa un asentamiento provisional, donde televisores, muebles, neveras, y todo tipo de enseres están a la intemperie.
Las trochas por las que los contrabandistas pasaban a diario productos de todo tipo, hoy están atestadas de colombianos, pese a este constante movimiento todos los afectados llegan a la misma conclusión, La Parada, está parada.
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