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Miércoles, 8 Enero 2020 - 2:30pm

De militares en Venezuela a carniceros en Colombia

Los uniformados desertaron el pasado 23 de febrero y ahora trabajan en Villa del Rosario. 

Archivo La Opinión
“En el caso de los oficiales, quien pida la baja, será acusado de traición a la patria, con una pena de 20 años”.
/ Foto: Archivo La Opinión
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En un abrir y cerrar de ojos. Así cambia la vida y así lo entienden, desde el 23 de febrero del año pasado, Juan y Francisco*, quienes hasta ese día hicieron parte de las Fuerzas Armadas Bolivarianas de Venezuela.

Esa fecha, que se inmortalizó en las pantallas de televisión y primeras planas de los periódicos, mostró cómo algunos militares venezolanos desertaban de las órdenes del régimen para seguir al autodenominado presidente Juan Guaidó, quien se posesionó esta semana como presidente de la Asamblea Nacional, en una sesión acompañada de diputados opositores que se realizó improvisadamente en la sede del diario El Nacional, en Caracas.

Pero, volviendo a los desertores, conozcamos la historia de los dos militares que trabajan en Villa del Rosario (Norte de Santander), municipio fronterizo con Venezuela.

Así va la vida

Ya no llevan armas, están detrás de refrigeradores que exhiben carne, pollo y embutidos, y usan botas de caucho de caña alta, delantales plásticos y pañoletas. Se encargan de preparar los productos cárnicos que despachan a diario en el local comercial en el que laboran. Un trabajo que jamás pensaron realizar, pero que les da la oportunidad de subsistir. Lo único que pidieron para hablarle a este diario fue que les cambiaran las identidades y que no salieran fotografías de sus rostros. “Nos permite tener el sustento”, dicen ambos.

Juan pasó de ser teniente de la Guardia Nacional a deshuesar pollos, filetear jamón, salchichón y queso, y por unos minutos frenó su labor para contar su historia. “Tenía ilusión, me gustaba la formación militar, a pesar de lo fuerte. Aprendí disciplina, orden, respeto y el valor por la familia”, señala el teniente que desertó, mientras reitera que no quiere exponerse con fotos, con algo de desconfianza por lo que ha tenido que vivir en estos casi 11 meses. Ingresó a los 18 años a la Academia Militar de la Guardia Nacional, ubicada en Caracas y egresó con el título de licenciado en ciencias y artes militares y el grado de subteniente.

Desde su llegada a la escuela de oficiales se destacó y representó a Venezuela en los juegos mundiales de cadetes. En el acto de grado se ubicó 15 entre 240 alumnos. “Pasé años bonitos, aprendí bastante, pero al graduarse todo cambia”, agrega Juan, quien recuerda con dolor las órdenes de represión a los civiles: “Era una obligación y si uno no lo hacía, iba preso”, agrega Juan, quien ocupó la jefatura de orden público en Valencia, estado Carabobo, ubicado en la región central del país. “Hubo muchos muertos”, dice el teniente, mientras baja la mirada en una especie de acto de arrepentimiento.

En el caso del Sargento Francisco, de 29 años, con ocho de ellos en las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas (Fanb), cuenta que siempre quiso ser militar y logró enfilarse en la Escuela de Guardias Nacionales, donde se graduó como sargento segundo.

Aunque inicialmente sentía orgullo de estar en esa institución, con el paso de los años empezó a desmotivarse para cumplir con las labores asignadas. “Los beneficios que ofrecían ya no eran los mismos. Cuando pedíamos algo siempre lo negaban y llegué a un punto en el que hacía el trabajo por entretenerme que por los ingresos recibidos”.

Desertar o morir

La vida del militar venezolano se mantiene en esa disyuntiva. Recuerda que se cansó de las órdenes de represión y una de estas no la acató, por lo que fue enviado a prisión por no cumplirla. “Cuando me negué empezó todo”, dice Juan, recordando que lo perseguían, le intervinieron el celular y, cómo no, llegaron las represalias: “Me hicieron preso. Estuve en un calabozo de presos comunes. Gente que yo mismo había llevado a la cárcel y me trataron como un criminal. Temí por mi vida”.

Aunque logró recuperar su libertad, lo primero que pensó fue en desertar, porque pedir el retiro era prácticamente imposible en medio de la tensión militar que vive Venezuela. 

“En el caso de los oficiales, quien pida la baja, será acusado de traición a la patria, con una pena de 20 años”.

La decisión no es fácil, dice Francisco, quien explica que tuvo que madurar la idea por un buen tiempo, pues por la mente pasan las ideas de que lo van a matar o que morirá en una cárcel por “traicionar a la patria”. “Lo pensé mucho por mi familia, pero era una decisión que tenía que tomar porque ahí adentro ya no quería estar”.

Llegó el día en que la decisión se tomó, desertó y lo que más temía “¿de qué voy a vivir?”, empezó a hacer estragos en su mente.

Los temores de Francisco, no se materializaron. Desertar y pasar por una trocha le cambió la vida, pues consiguió trabajo y pudo darse cuenta que en la vida civil podía ganar un mejor sueldo que en la Guardia.

Lea también Los desafíos para atender la migración venezolana

Al poco tiempo de haber huido, con menos de un año de trabajo, Francisco ya compró un lote de terreno en donde comienza a construir la vivienda que compartirá con su esposa. “Por ahora no vamos a tener niños. Aquí el ascenso ha sido más rápido que en Venezuela”.

Agradece a Colombia por la oportunidad que le da de trabajar y poder enviar algo de dinero a sus padres, quienes siguen sobreviviendo en el país vecino.

Cambio de vida

Más allá del 23 de febrero, fecha en que un llamado de Guaidó movió a militares a dejar las armas y cruzar a través de los pasos ilegales, la dinámica no se ha detenido y decenas de ellos siguen llegando a este territorio.

El gobierno colombiano, de acuerdo con ambos desertores, ha sido receptivo y por ahora no les ha faltado trabajo. “Voy a gestionar un asilo. Ahora estoy ilegal. Pero aquí no tengo el peso y la presión que sentía allá, a donde no pienso regresar hasta que se vaya el gobierno”, agrega Juan.

Pero el dolor se le nota en los ojos cuando se le pregunta por su familia, pues sigue en Venezuela, aunque dice que “no los han molestado”, refiriéndose a las fuerzas militares de ese país.

El cambio de vida no le quitó sus viejos amigos y compañeros, pues comenta que hay militares que le escriben para preguntarle por cómo es la vida en Colombia. “Tienen dudas. No saben si quedarse o salir, aunque muchos ya están aquí, Perú, Ecuador o Chile”, lo que para él revela que en las fuerzas armadas hay desconfianza y tienen dudas de desertar o morir.

*Los nombres fueron cambiados por protección.

Colprensa

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