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Sábado, 29 Agosto 2015 - 2:25am

Cuando la Guardia baja la guardia…

Los colombianos no saben cuánto tiempo durará despejado el lugar, pero corren a recuperar algunos de sus bienes.

Jennifer Rincón
Desde hace ocho días las familias colombianas intentan sacar sus pertenencias. En Ezequiel Zamora, los enseres están en plena calle y las familias iniciaron una carrera por recuperar lo que más pudieron.
/ Foto: Jennifer Rincón
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La Guardia Nacional Bolivariana (GNB) se aleja por un par de horas del convulsionado río Táchira.

Los repatriados colombianos emprenden la carrera al vecino país en busca de camas, televisores, sillas y otras pertenencias que dejaron antes de salir en busca de su país.

Nadie, en la orilla colombiana, sabe cuánto durará despejado, por lo que no se pierde un minuto en aprovechar que la Guardia bajó la guardia y seguir con su mudanza.

Brayan, 10 años, se tira al agua para seguir con la carrera. Le pido que me deje acompañarlo y asiente con la cabeza mientras aligera el paso. Cruzamos el río y lo sigo por la trocha. Decenas de personas entran y salen con su trasteo al hombro. Solo diez minutos de camino destapado nos separan de Ezequiel Zamora, el barrio en el que vivía Brayan junto a su mamá y sus tres hermanos.

“Camine rápido, que si viene la Guardia de arriba nos gritan y salimos corriendo para el río”, dice el niño con sonrisa cómplice.

En tierra de nadie

Un terreno desolado y abandonado nos da la bienvenida. Difícilmente, el niño puede reconocer su antiguo barrio. De las casas de sus amigos, la de su abuela, y la tienda de la esquina, solo quedan ruinas.

Ezequiel Zamora es silencioso, nadie habla, todos están concentrados en acomodar lo que queda en sus viviendas en el menor tiempo posible. La tensión se respira por doquier.

Calculamos dos cuadras entre palos y ladrillos y doblamos a la derecha, para encontrar su casa. El último viaje del día lo hará con un par de tablas al hombro para armar su cama y no tener que dormir en el suelo. Dos minutos después, emprendemos el regreso.

De nuevo en la trocha, debemos abrirnos paso entre las personas que con afán llegan a rescatar puertas, ventanas y sanitarios. Las familias colombianas se llevan todo, y borran toda huella de su paso por Venezuela.

“Cuidado al salir, que si llega la Guardia y la ve tomando fotos, se la llevan”, me advierte la mamá de Brayan, al tiempo que me recomienda que lo cuide durante el regreso. Ella queda empacando un último costal de ropa.

Antes de salir del desaparecido barrio, pasa una patrulla de la Guardia, supervisando el terreno.

Tomo un par de tablas más para ayudar a Brayan y camuflarme entre las familias que van directo al río.

La tensión de que la Guardia decida cercar de nuevo las trochas y quedemos del otro lado, el peso de las tablas en el hombro y el río de gente que empieza a pasar por el estrecho camino —la ausencia de los militares fue aprovechada por los colombianos para pasar corriendo el río en busca de lo suyo— hacen más agotador este corto viaje.

Al llegar a la orilla del Táchira la tensión se desvanece. Cruzo al lado colombiano para dejar las tablas. Me despido de Brayan y él sigue su camino de vuelta a la trocha. Lo que para mí fue una jornada tensa, para él fue su rutina en la última semana.

Siguiente destino: Mi Pequeña Barinas

Al día siguiente vuelvo al sector La Playa en La Parada. Otra vez, la GNB se fue del río y el camino está libre. En esta ocasión, llego a Mi Pequeña Barinas.

Esta vez me acompaña Jorge. Aunque vive en Villa del Rosario, se ganará unos cuantos pesos ayudando a un conocido a pasar todo su trasteo. Me dice que no me deje pillar tomando fotos y que pase con naturalidad como si fuera de ese sector.

Cruzamos platanales y plantaciones de yuca y en cinco minutos llegamos al barrio. El panorama es diferente. No hay casas destruidas. La mayoría están vacías y en sus paredes se puede ver ‘R’ de revisado y ‘D’ de demoler. Las familias que no se han ido mantienen izada la bandera venezolana.

Acá, el trasteo es por estaciones. Como el barrio es extenso, las familias van sacando sus pertenencias hasta la cancha de tierra donde hasta hace una semana niños colombianos y venezolanos jugaban fútbol sin ningún problema.

Mientras la familia Suárez termina de apilar su trasteo frente a uno de los arcos de la cancha, un grupo de niños venezolanos se despide del arquero del equipo.

En mi Pequeña Barinas hay tensión pero no prisa. Entre las trochas se escucha que la Guardia Nacional Bolivariana está en Llano Jorge y el terreno está despejado.

Con el ánimo de no cruzar con las manos vacías, me echo al hombro una maleta que fácilmente podría pesar 20 kilos y sigo en camino de regreso, antes de llegar a la meta colombiana se puede divisar cuatro uniformados venezolanos custodiando la entrada del barrio.

“Tranquila que esa es Policía venezolana y ellos no molestan... usted pase como si nada”, me aconseja Pedro, al verme estática.

Tomo el bolso de nuevo y me cuelo entre la gente que entra y sale por un rústico puente de madera. Cuando paso delante de los Policías suspiro de cansancio y sigo sin mirar hacia atrás.

Al llegar a la orilla venezolana dejó la maleta y de devuelvo en busca de más material.

En esta segunda oportunidad, y luego de hacer algunas fotografías, veo pasar una patrulla de la Guardia y un par de uniformados caminan hacia la cancha.

La señal es clara, es hora de partir.

Antes de cruzar el río, un niño de 12 años mira embelesado a la Policía Colombiana, que nuevamente hizo presencia en el río para ayudar a los colombianos a pasar sus pertenencias al lado colombiano, y me dice: “Ellos si se ganan el respeto de uno”, no como los guardias de acá que solo que quieren sembrar terror.

Con esta última apreciación, abandono territorio venezolano y cruzo el río.

Dos minutos después la Guardia volvió a levantar la guardia, y el paso por la trocha se cerró.

 

Jennifer Rincón

jennifer.rincon@laopinion.com.co

Periodista Ciudadelas. La voz en La Opinión de las comunidades.

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