“El 11 de septiembre los neoyorquinos aprendieron a ver a los otros de forma diferente”
Un tacón vinotinto y el rostro desolado de un bombero que minutos antes había ingresado a la zona de la tragedia en una actitud casi heroica son las primeras imágenes que vienen a la mente de Luis Sarmiento cuando se acuerda de los ataques a las Torres Gemelas en Nueva York, ocurridos el 11 de septiembre de 2001.
Él, un testigo de excepción de los atentados, conserva frescos los recuerdos. Hoy tiene 38 años y es asesor de comunicaciones de la Presidencia de la República. Cuando llegó ese fatídico 11 de septiembre, llevaba viviendo dos años en Nueva York y estudiaba una maestría en la Universidad de Columbia.
Regresó a Colombia en 2010, pero en sus maletas se vinieron coladas muchas remembranzas.
“A la Zona Cero llegaron bomberos de diferentes partes con la firme decisión de rescatar al mayor número de personas que fuera posible, dispuestos a ayudar. De pronto, cerca al lugar en donde me encontraba, emergió de entre las ruinas uno de ellos, con su rostro enjugado en lágrimas, completamente abatido, desconsolado, luego de encontrar a uno de sus colegas aplastado por los escombros. Según él, parecía una ‘tortilla humana’”, cuenta Luis consternado como si aún estuviera viendo la expresión de aquel hombre.
Aunque para Luis el terrorismo no era algo nuevo, la sensación de que las risas se habían acabado para los neoyorquinos y para los demás residentes de Nueva York, sí. Sobre todo para alguien que nació en Colombia, un país que lucha por recuperarse de la tragedia que lo ahoga.
La incertidumbre y el temor son dos sensaciones que tampoco se borraron de sus recuerdos, porque en ese momento y tras varias horas de desinformación no se sabía qué era lo que en realidad estaba pasando. Luis creía que estaba ad portas de una guerra mundial, así que sintió que sus planes para el futuro tal vez se desvanecerían en el aire, tal como ocurrió con las torres gemelas.
Un día negro
El 11 de septiembre de 2001 comenzó para Luis sin ningún sobresalto, porque la agenda para ese día estaba prevista. Sin embargo, la llamada de su mamá, a las 8:40 de la mañana, que estaba preocupada por él, se convirtió en la señal de que todo sería diferente. Y así fue.
Ante la orden de ir a cubrir los ataques a las torres gemelas, tomó su bicicleta desde la 116 de Broadway en sentido sur. Una vez allí, impulsado por su deber como periodista, se fue en busca de historias, pero la desolación y la angustia que se respiraban en el ambiente fueron más fuertes que él. Así que, después de un tiempo, decidió unirse a las labores de rescate. “La expectativa era negativa ante la posibilidad de encontrarse con algún cadáver, pero gracias a Dios no fue así”.
“Otra de las cosas que me impactó de ese día es el olor: una combinación de combustible, papeles quemados, equipos de oficina destruidos. Ese olor permaneció por varios días. Allí, en medio de los destrozos, se podían ver tarjetas personales y esferos, y la ciudad permaneció bloqueada por más de doce horas”, contó.
"Todo tiene repercusiones"
El dolor de las familias que no encontraban a sus seres queridos y la destrucción del lugar solo eran el inicio de la transformación de fondo que vivieron todos y cada uno de los habitantes de Nueva York.
“Fueron días tristes, de reflexión, de mucho silencio y de poca o ninguna risa. Entramos en una sintonía similar, fue una combinación de luto, silencio, patriotismo, apoyo y solidaridad, y el debate político que había por esos días quedó atrás. El ambiente era sombrío y el impacto fue psicológicamente fuerte”, recordó Luis.
Y a partir de entonces, agregó, en él, al igual que en los neoyorquinos, surgió una conexión más profunda con la ciudad y con el otro, ya que ese 11 de septiembre, sin importar si se era blanco, negro, neoyorquino o hispano, todos se tendieron la mano y lo único que importaba era salvar vidas y después volver a comenzar, reconstruir y reconstruirse para ser los de antes. “Por eso, tomé la decisión de permanecer allí mucho más tiempo y participar de ese proceso”.
“El código neoyorquino suele ser parco, individualista, por ser de ciudad, pero ese código tuvo una pausa muy grande. Hubo mucha más disposición hacia el otro, aumentó la solidaridad, el respeto, pero también se mantuvo activada la alerta de que en cualquier momento, el menos pensado, podía pasar algo y ya no estaban seguros como creían”, afirmó.
En cuanto a su forma de relacionarse con los demás, los neoyorquinos volvieron a ser los de antes, pero, en el fondo, aprendieron a ver al otro de forma diferente, porque no saben cuándo llegará el día en que esa persona que tal vez no se conoce puede salvar tu vida.
Según Luis, el 11 de septiembre de 2001 cambió la manera como los norteamericanos se conciben en el mundo. Un ejemplo de ello es que Bush dijo que su amigo era Vicente Fox.
Estados Unidos se dio cuenta de que todo lo hecho en materia de política exterior tiene repercusiones. Así que a partir de entonces se generó una conciencia más grande en el público americano, ya que “todo lo que hacemos en el mundo tiene repercusiones” y desde ahí los ciudadanos se interesan más por lo que hace el gobierno en esa materia. Están más informados y se preocupan por el contexto internacional.
Aunque Luis no tiene hijos, ya tiene claro la primera lección que les dará, la misma que reafirmó desde ese 11 de septiembre: “Uno nunca sabe cuál es su último día en el planeta. Por lo tanto, se debe aprovechar cada día, se debe aprovechar lo que tenemos hoy, debemos vivir con intensidad y estar cerca de los seres queridos y decirles cuánto los amamos. Esas personas (neoyorquinos) despidieron a sus familiares, dando por hecho que volverían. Y no fue así”.
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