La historia colombiana está repleta de tragedias como la de Putumayo, en las que siempre han figurado la imprevisión, el descuido, la desidia.
Vigilar, vigilar...
La espantosa tragedia de Mocoa, donde pasarán muchos días antes de que se establezca, con algún grado de certeza, la cifra de víctimas, es una dramática y muy oportuna llamada de alerta para todos, y en especial para Norte de Santander.
Un llamado de atención doloroso, para estar vigilantes de nuestros ríos y de nuestras quebradas, a fin de que la golpeada naturaleza no cobre en vidas humanas y destrucción, parte de lo mucho que se le ha arrebatado en vida animal y vegetal.
La historia colombiana está repleta de tragedias como la de hoy en Putumayo, en las que siempre han figurado como causas principales la imprevisión, el descuido, la desidia y la responsabilidad de todos, incluidos, claro está, y con todas las letras, los gobiernos. Principalmente los gobiernos.
Al contrario de la convicción general, la naturaleza ni es traicionera ni es vengativa, no se lanza sobre el hombre y su soberbia sin avisar. Da señales… Pero el ser humano no se da por enterado. A esas señales que lo invitan a prepararse para evitar dolores mayores, no las atiende, las considera exageradas; las desdeña, porque acatarlas lo entiende como una aceptación de que es frágil, débil, mortal, y él se considera todo lo contrario.
Y llega el momento, como en Armero, donde una prevista avalancha de nieve, lava y fango arrasó con el pueblo en 1985, mató a 25 mil personas e hirió a por lo menos otras 3 mil 500; 4 mil 400 y 19 puentes viviendas desaparecieron, y Colombia pasó a la historia como el país donde una catástrofe se dio porque muchos así lo permitieron.
Campesinos en cercanías del volcán nevado de El Ruiz habían informado de que el río Lagunilla había cambiado de color y de que frecuentes tremores estaban meciendo, suave pero frecuentemente, las laderas de la montaña. Nadie escuchó.
Tampoco, en Quebradablanca, entre Bogotá y Villavicencio, donde las obras de un túnel carretero fueron destrozadas por la montaña, de la que había empezado a escurrir agua, y todo cayó sobre lo humano que había: nunca se sabrá, a ciencia cierta, cuantas personas murieron, pero las brigadas rescataron 302 cadáveres de centenares de vehículos atrapados.
Nadie atendió a las señales en Villatina, la barriada de Medellín donde unas 500 personas murieron y otras mil quinientas sufrieron heridas, cuando la montaña se lanzó sobre las casas luego de varios días de lanzarles pequeñas piedras para decirles a los habitantes que se fueran.
Allí, muy cerca, en Girón y Bucaramanga, el río Oro anunció, con palos que arrastraba, que estaba alistando una riada prodigiosa. Pero a nadie le importó. Y un día, el río arrasó con nueve barrios, mató a nueve personas y dejó pérdidas por más de 200 mil millones de pesos.
Y desde el fin de semana pasado, campesinos que viven cerca del río Mulato, vieron que la corriente arrastraba ramas de árboles y pequeños troncos, señal de que en la cabecera las cosas no estaban bien. Y los labriegos lo advirtieron, pero las autoridades no escucharon. Tampoco esta vez, y el Mulato, el Mocoa y el Sancoyaco, unidos, se desparramaron sobre Mocoa.
En Norte de Santander, montañoso, quebrado, proclive a sufrir los embates de la naturaleza, ¿estamos preparados? ¿Funcionará el sistema de alertas tempranas? Ojalá.
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