Sería bueno que Maduro aceptara el reto de visitar a Cúcuta para que pruebe en la realidad qué tanto lo quieren.
Una nueva locura
Podría parecer una inocentada, pero no lo fue. “El pueblo de Cúcuta me ama, yo me lanzo a alcalde en Cúcuta y gano con el 100% de los votos, me lanzo a gobernador del Norte de Santander y gano con el 100% de los votos”, se le escuchó decir al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en su programa ‘La Hora de La Salsa’.
Los que lo escucharon a lado y lado del río Táchira llegaron a creer que había llegado el momento en el que, por fin, el mandatario aceptaría que había nacido en Cúcuta, porque había aparecido el registro civil que así lo demostraba.
El propio Maduro, en esta especie de inocentada, aclaró que no podrá ser ni alcalde ni gobernador de esta tierra nortesantandereana. “Claro no me puedo lanzar porque nací en Caracas y soy venezolanito”.
La sarcástica afirmación sacó a relucir los fuertes impactos negativos que soporta la ciudad cuando las pataletas del presidente vecino lo llevan a cerrar la frontera, a sacar de circulación, a las malas, los billetes de más alta denominación o a clausurar, por tiempo indefinido, el tránsito de personas, de vehículos y de mercaderías, por vía terrestre, entre los dos países.
Sería bueno que Maduro aceptara el reto de visitar a Cúcuta para que pruebe en la realidad qué tanto lo quieren. Aquí podría verse, cara a cara, con miles de venezolanos que a diario cruzan los puentes para comprar pañales, papel higiénico, llantas, arroz, pastas, jabón y crema dental, porque en el país que él gobierna no los consiguen.
Seguramente, Maduro cambiaría de parecer, si viniendo a Cúcuta se encontrara con que muchos de sus compatriotas tienen que rebuscarse el sustento en los semáforos y que otros dispararon la inseguridad.
Nos atreveríamos a apostar que en unas eventuales elecciones, el candidato Maduro a la Alcaldía o la Gobernación sería derrotado porque parte del padecimiento económico y social que hoy sufre la capital de Norte de Santander, obedece a los fuertes coletazos de las políticas que en todos los órdenes se adoptan en Venezuela y que en la ciudad se reflejan, para bien o para mal, por ser el más importante puerto terrestre en la línea divisoria.
Empresarios quebrados. Un comercio que se mueve al vaivén de la inestabilidad económica y política de un vecino que tiene la mayor riqueza petrolera del planeta. Un sector cambiario cucuteño estigmatizado por el gobierno venezolano que lo acusa de traficar, como una organización mafiosa, miles de millones en billetes de cien bolívares.
Esa sería la Cúcuta que hoy esperaría a Maduro, si se atreviera a poner la cara aquí, lo que con seguridad, llevaría a un rotundo fracaso en en materia de votación, pues en su contra votarían los miles de colombianos que expulsó en agosto del año pasado de Ureña y San Antonio, cuando le echó candado a la frontera.
Es mejor que Maduro se quede en Miraflores y que por Cúcuta no venga, porque muy seguramente se llevará para Caracas, la cuna de su idolatrado Libertador Simón Bolívar, un sonoro cacerolazo y una carga de tomatina en rechazo a sus determinaciones contra quienes dice que son sus hermanos, pero a quienes trata como al peor enemigo, olvidando que Colombia y Venezuela jamás serán exhermanos ni exvecinos.
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