Guardar silencio parece ser la táctica de quienes tienen que ver con la inquietante realidad del aeropuerto Camilo Daza.
Un mal aire
Guardar silencio parece ser la táctica generalizada entre funcionarios y entre entidades que tienen que ver con la inquietante realidad del aeropuerto Camilo Daza.
Inquietante, porque, aunque no lo admitan oficialmente ni el Gobierno ni las aerolíneas ni los administradores del aeropuerto, el peligro implícito en el transporte aéreo, en el caso de Cúcuta es mayor, por razón de situaciones inexplicadas, pero que están ahí y llenan de temor a los considerados últimos eslabones de la cadena: los pasajeros y los residentes en los barrios orientales del sector.
Para decirlo de manera franca, unos y otros consideran que, en el momento menos esperado, impulsado por un sorpresivo viento cruzado, como los que soplan desde hace semanas allí, un avión puede caer y generar una catástrofe.
Y, ante la incertidumbre, la Aeronáutica Civil, máxima entidad responsable del transporte aéreo y, obvio, de los aeropuertos, calla con silencio de cementerio. La soberbia que se apodera de los burócratas tan pronto asumen, no ha permitido saber cómo van las obras de la pista larga, que, en concepto de muchos, incluidos algunos expertos, programaron para tiempos inoportunos, por razón de los vientos.
Tampoco, ni la Aeronáutica ni su concesionario Aeropuertos de Oriente SAS —por cierto, cercano a los afectos del vicepresidente Germán Vargas Lleras— han informado de cuándo terminarán los trabajos. Ignoran que se trata de información pública, no secreta, como quisieran que fuera, y que están obligados a entregarla.
Se sabe que por lo menos 40 por ciento de los aviones que llegan tienen que hacer sobrepasos, es decir, intentos de aterrizaje que obligan a los pilotos a elevar de nuevo los aviones, esperar en el aire una nueva oportunidad o buscar una pista alterna dónde aterrizar. Por lo general esa pista es la de Bucaramanga.
Esos intentos se deben a los fuertes vientos cruzados en sentido occidente-oriente, que en un descuido pueden llevar a un avión a estrellarse contra alguno de los barrios del sector: Camilo Daza, Aeropuerto, Toledo Plata y otros.
Sin embargo, no hay cifra oficial de cuántos sobrepasos ha habido en los meses que lleva de uso la muy peligrosa pista corta, ni cuántos pasajeros han sido obligados a ir a Bucaramanga, o incluso a Bogotá, a esperar cómo aterrizar.
Es curioso que las aerolíneas como Avianca tampoco digan una palabra de una situación que no es normal, por más que ellos y las autoridades las consideren así. Si los sobrepasos fueran normales, no habría quejas de los pilotos sobre todo lo que implica ‘rozar’ Cerro Tasajero y descolgarse sobre una pista que, además de ser muy corta, está permanentemente azotada por los vientos cruzados. Malos aires.
Y esos sobrepasos son, sin duda, elevados sobrecostos para las aerolíneas.
Pero alguna razón muy poderosa parece influir más que la posibilidad de quejarse y dejar claro que, si la tragedia golpea, la responsabilidad es únicamente de la Aeronáutica y de su concesionario.
Los sobrepasos son maniobras que indican que algo no está bien. Y, en el caso de Cúcuta, no están bien ni el silencio sobre lo que sucede ni el gran riesgo de que mañana tengamos que llorar una tragedia.
La verdad, los malos aires jamás son lo normal.
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