Que ciudadanos de origen chino se quieren apoderar del mercado popular de San Victorino en Bogotá… Que con maniobras desleales llevan a la quiebra a los comerciantes colombianos que tienen sus negocios en ese sector…

Pues sí. Es cierto. Que las maniobras parezcan desleales es una cosa; que lo sean, otra. Vinieron por todos los sanvictorinos y todos los sanandresitos y todas las alejandrías y todas las calles.

Es su propósito, su manera de comerciar en un mundo globalizado, el mismo en el que, indefensa y frágil, está Colombia.

Lo están haciendo en todo el mundo, con igual agresividad, con todos sus recursos, con toda la cultura de comerciantes insignes que transfirieron a Europa a través de Marco Polo y su familia veneciana, más aventureros que hombres de negocios. Y tienen especial interés en el atractivo comercio fronterizo mundial.

A Colombia, los chinos están llegando a razón de 1.200 por mes. Según la estadística de ingreso de Migración Colombia, desde el 1 de enero hasta el 30 de abril de este año entraron 4.869. Y en su mayoría se están quedando, a pesar de que, según Kenny Tsui, en una asociación que preside hay inscritos unos 30 mil.

Los colombianos argumentan que los chinos compran la mercancía en los mismos sitios que ellos de Beijing y Shanghai, y a los mismos precios, y que por esa razón no se explican por qué en Bogotá venden más barato y sin ganancia alguna, a pesar de los fletes y de los aranceles aduaneros que deben pagar.

Pero, a nombre de su colonia, Tsui lo desmiente: con la ventaja del idioma y del conocimiento de la cultura, compran saldos en fábricas, con descuentos de entre 20 y 30 por ciento, que les permiten vender más barato. El transporte lo hacen en grandes cantidades, lo que les abarata los fletes.

Pero, más allá del problema surgido en Bogotá, con un sector que dentro de poco podría ser un completo barrio chino, con todo lo que implica en materia de cultura, el asunto de la ofensiva de los comerciantes del gigante asiático en el mundo adquiere características de invasión.

La cultura comercial de los asiáticos difiere bastante de la local, lo cual les da ventajas: prefieren vender grandes volúmenes a precios muy bajos, que poco y a precios altos. Y, además, jamás cierran sus locales, algo que para el comprador es muy atractivo.

Cúcuta no estará al margen de la acción de los comerciantes de China que, pagando sin regateos y en efectivo, se hacen al control del almacenamiento de mercancías en bodegas y la distribución a tenderetes como los acostumbrados en nuestro país en zonas de comercio no ortodoxo.

Quizás los minoristas y revendedores colombianos se pregunten qué hacer ante lo que consideran una amenaza venida de China. Realmente, ellos ya no se irán de regreso. Se quedarán, y con toda la intención de hacerse a la porción más grande posible del mercado minorista.

Así que lo mejor es aceptar la realidad y buscar la forma de contrarrestar la política de precios muy bajos y de puertas siempre abiertas de los orientales. Pero, impedirles que vengan no parece sencillo: ya están acá. Es el cuento chino de la globalización.