Para Urán, hoy es el día más importante de su carrera, pues tiene la oportunidad de vestirse de oro para siempre.
Todo o nada
Ni siquiera la de los políticos es una gloria más efímera que la de un atleta.
Pruebas hay muchas, y Colombia es un país que ni mandado a hacer para enviar al ostracismo del honor a los deportistas derrotados, a pesar de que, se sabe, se han jugado enteros al todo o nada.
Es el caso de Nairo Quintana, el Nairoman —juego de su nombre para indicar que es de hierro— de hace pocas semanas es hoy, para muchos colombianos a los que les gusta el ciclismo, apenas un recuerdo.
Incluso, para su equipo español, Quintana es casi un renegado que, según ellos, ha abandonado la única religión en la que cree: ser siempre un ganador, para sumirse en un letargo atlético en el que, además de no progresar, parece estar en un retroceso inimaginable.
Quizás olvidan aficionados y directores técnicos, analistas y expertos de toda condición, que al hablar de Quintana lo están haciendo de un ser humano al que las fuerzas han abandonado, precisamente porque no es de acero sino de carne y hueso. Quintana es, sin dudarlo, el más grande ciclista que ha enviado Colombia a las rutas del mundo.
Hoy, para casi todos, el nombre de Rigoberto Urán es el portaestandarte en esa épica jornada de legiones extranjeras conocido como Le Tour de France, mamá de todas las carreras ciclísticas por etapa y escenario único en el que deben actuar todos los que se creen con derecho a la gloria del olimpismo deportivo.
A Urán lo separan 29 segundos del primer lugar. Pero este antioqueño tiene, también, su historia, olvidada por quienes creen que hoy, sábado, podrá vestirse con el color amarillo del mejor de la carrera. Y puede ser. Lo tiene todo, para vencer.
Urán es tan humano que, en los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, perdió la medalla de oro porque los nervios le pudieron, y en el instante supremo, a menos de 100 metros de la meta, miró hacia atrás en el instante mismo en que el rival con el que andaba se lanzó a jugarse al todo o nada, y ganó.
Desde entonces, Urán estuvo en un segundo plano. Tanto que para para este Tour, un patrocinador estadounidense lo contrató para completar el equipo del que el francés Pierre Rolland, con el número 181, era el líder.
Urán, con el 188, es hoy uno de los tres más grandes ciclistas de la prueba: del olvido al que proscriben a los que dejan de ganar, logró salir y convertirse en la gran esperanza colombiana. Es un ser humano de nuevo en ascenso, mientras que Nairo está en un inesperado bache al que lo condenaron sus directores técnicos y su equivocado programa de preparación.
Para Urán, hoy es el día más importante de su carrera, según lo dijo, pues tiene en la mano la oportunidad de vestirse de oro para siempre. Para Quintana, es también importante, porque le permitirá confirmar que es un joven de 27 años al que le duelen los músculos y los huesos, las piernas no le responden, siente sed y hambre, pero, sobre todo, tiene una voluntad de hierro que le ha impedido ser el desertor que muchos esperaron en vano.
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