El Eln, mientras pide y logra uno de parte del Estado, olvida cualquier asomo de humanidad con un grupo de pescadores.
Sobre gestos de paz...
La cultura de los dobles discursos, tan repudiable como extendida, ha sido una laguna en el que organizaciones guerrilleras, como el Eln, nadan como eximios tiburones que son, sin sobresaltos, sin inmutarse, sin sonrojarse.
No es solo cuestión de forma, sino de mucho fondo, eso de andar echando un cuento moralista, con el ánimo de ocultar, bajo kilómetros de discursos vacíos, los más feos pecados de la inmoralidad propia.
Y todo, mientras se lava y plancha la pinta con la que se sentarán, primero para la foto, luego para lo demás, en una mesa en la que pretenderán negociar el fin de su guerra contra los colombianos. Porque si es una guerra contra el
Estado, la que sostienen desde los años 60, es contra los demás colombianos.
Hace algunos días, voceros del Eln clamaron por la posibilidad de sepultar en debida forma los restos del sacerdote Camilo Torres Restrepo, muerto a balazos hace 50 años en Patio Cemento (Santander), cuando intentaba hacerse a un fusil oficial para usarlo como guerrillero de esa organización naciente a la que se unió pocos días antes.
Desde entonces, el paradero del cadáver es un secreto que no se sabe si al menos conozca el general Álvaro Valencia Tovar, comandante de la operación que mató a Camilo. La búsqueda de los restos del sacerdote es necesaria y oportuna, pero sobre todo justa, al igual que los de cualquier colombiano. En eso nadie, en cabal condición de ser humano, puede oponerse.
Para el Eln, poder darle sepultura adecuada al más brillante miembro que jamás ha tenido esa organización, es un gesto de paz que recibió de inmediato el respaldo de los católicos y, en realidad, de todos los colombianos.
Es un gesto claro de paz, claro que sí, que no solo permitirá poner fin a las múltiples leyendas y especulaciones sobre el paradero de los huesos del sacerdote guerrillero más famoso del mundo, sino que sin mucho preámbulo puede allanar el camino hacia cualquier diálogo pacificador y urgente.
Hablando de gestos paz, ¿cuál mejor que el de facilitar que Camilo Torres tenga un sitio conocido para sus restos? Muy pocos, quizás con el Eln ninguno otro. Repetimos: es justo, es humano, es de paz, este gesto que, por demás, el propio presidente Santos respaldó con su autorización para la búsqueda.
Sin embargo, hablar de gestos de paz es hoy solo un comodín discursivo. La prueba la da el mismo Eln, que mientras pide y logra uno de parte del Estado, olvida cualquier asomo de humanidad con un grupo de pescadores desprotegidos, anónimos, a los que la guerrilla, abusivo paraestado, les prohibió buscar comida en las aguas de la ciénaga que los ha cuidado desde antes de que nacieran.
Una célula guerrillera, armada con granadas y fusiles, se llevó de Morales (Bolívar) a 15 pescadores —retenidos, según la presidencia de la República, en un mensaje que es otro gesto de paz al evitar hablar de secuestro colectivo—, y los obligó a tapar los huecos de una carretera terciaria usada por la guerrilla.
A los pescadores los rescató un comando aéreo, convencido de que gestos de paz son actitudes lo más lejanas posible del delito y de la guerra, y no actos abominables que involucran a civiles colombianos de la más indefensa condición.
A Dios rogando y con el mazo dando, dirían los abuelos ante situaciones como la de la del secuestro masivo y los trabajos forzados, que como gesto de paz habrá que llamar retención y actividad cívica.
Pero, en verdad, el meollo del asunto no está ni en la distinción semántica ni en el gesto de paz, sino en el doble discurso, obscena demostración de que a la mesa de diálogo alguien, como gesto de paz. podría llegar haciendo señas con los dedos de los pies.
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