Quizás el de ayer no fue el último día de la guerra, pues aún hay razones persistentes que impiden que lo sea. Pero algo sí es claro y definitivo: ya no habrá ni marcha atrás en busca de la paz definitiva ni posibilidades de que de nuevo alguien intente imponer ideas a punta de balazos.

Si fue, sin embargo, un día para la historia: renacieron la fe y la esperanza y quedaron atrás el estruendo del fusil y la metralla, los gritos de odio y de dolor de los heridos, los gemidos de los huérfanos y de las viudas, y las razones del odio, tan profundo que mantuvo viva una guerra infame por más de medio siglo. 

No habrá otra Colombia: será la misma, pujante, ambiciosa, contradictoria, decidida, trágica, fiestera, informal, desequilibrada, inequitativa, como lo ha sido siempre, aunque sin tanto dolor como el que se acumuló durante casi 60 años de hecatombe bélica.

El de ayer fue el último día de las Farc como organización armada ilegal, rezago anacrónico de la Guerra Fría y de la ambición de las potencias por querer ser dueñas del planeta. Ahora será una organización política que buscará, como lo ha buscado, todo el poder del Estado para llevar a la práctica su pensamiento. Pero ya sin armas, sin violencia… Y     parece que no habrá reversa.

Fue un día de alegría, en el que las campanas de algunos pueblos mártires se echaron al vuelo, al tiempo que las gentes empezaban, ahora sí, a soñar con un futuro en el que los niños jueguen sin temor a una mina quiebrapatas o a una balacera salida del rincón más oscuro de la calle.

No todos los colombianos estarán de acuerdo, claro: persisten y persistirán quienes consideran que solo es válida su manera de pensar y que la venganza es la norma idónea de saldar deudas de sangre, de honor, de política o de lo que sea.

Anoche, miles de colombianos todavía debieron ir a la cama acostumbrados a la zozobra de no saber qué les traería la noche, porque después de tantos años, lo único en que todos nos identificamos es en ese acostumbramiento a la violencia de la guerra fratricida.

Pasará algún tiempo para que Colombia se desacostumbre: décadas de azar, de intranquilidad y de temor no se olvidan en dos o tres semanas ni el olor de la pólvora y el humo se disiparán con solo cerrar los ojos.

Ayer, al mediodía, en La Habana le llegó a Colombia el momento de vivir sin guerra. No será fácil, repetimos, pero ya nos acostumbraremos, como lo hicimos con la guerra.

Un poco antes de comenzar la guerra, el dirigente Darío Echandía planteó que “solo tendremos paz cuando en Colombia se pueda pescar de noche”. Pues, si todo sigue como va en el proceso con las Farc, probablemente esas noches de pesca volverán a ser posibles. Dependerá de todos. 

Hay que estar vigilantes, para que nadie nos escamotee la paz, como derecho supremo del hombre en sociedad. Desde luego, hay que trabajar duro para alcanzarla. Pero si se pudo superar una de las guerras más antiguas del planeta y mantener en movimiento un país que nunca dio un paso atrás, ¿cuál sería el impedimento para alcanzar la paz.