Algo muy oscuro está pasando en Cúcuta. En la última semana, tres ataques a bala, dos de ellos a plena luz del día y en zonas muy transitadas de la ciudad, han estremecido a los ciudadanos, que cada vez se sienten más inseguros y temen, con mucha razón, no estar a salvo ya en ninguna parte.

Aunque las autoridades no dan mayores luces sobre los casos de los últimos días, todo apunta a que algunos de estos obedecen a un ajuste de cuentas entre organizaciones, por dineros producto de la droga que se han perdido, o por cuentas pendientes que tienen algunos con otras organizaciones en Venezuela, desde donde estarían cuadrando transacciones con grandes sumas de dinero para sacar provecho del cambio de moneda. 

Quizas por esa razón, por estos días se habla mucho de los cambistas, gremio con el que relacionan a las víctimas de los ataques y sobre el cual confluyen muchas sombras. 

La situación ha despertado preocupación generalizada. Y las miradas, por simple lógica, recaen en las autoridades, pues el sentir de la gente es que la institución no está garantizando la seguridad en las calles.  Ataques como los recientemente ocurridos en lugares céntricos de mucha circulación o en sitios considerados impenetrables o intocables como es el caso de la Universidad Libre, permiten pensar que ya los delincuentes no tienen límites y que han ganado demasiado terreno. 

No es nuevo lo que se mueve en la ciudad, un bajo mundo en el que las bandas criminales y las bandas de contrabandistas y traficantes llevan años disputándose territorios, cargamentos y botines. Sin embargo, en los últimos tiempos parece que las labores de inteligencia no están dando los resultados esperados y por razones poco comprensibles, se ha venido cediendo espacio para que los ilegales encuentren en la ciudad y en su área metropolitana, un espacio propicio y cómodo para establecer sus operaciones, trayendo consigo una dinámica de violencia que nadie parece estar en capacidad de combatir. 

En Cúcuta poco se controla a los narcos, no se aplican procesos de extinción de dominio sobre predios en los que se sabe que son usados para estos fines y los nuevos perfiles que empiezan a incursionar en el negocio, no son rastreados ni investigados con el objetivo de frenar su crecimiento. La permisividad y la complicidad se convierten en el mejor aliado de estas figuras para crecer rápidamente y consolidarse como un nuevo actor que termina, más temprano que tarde, generando muerte y violencia en el territorio. 

Lo que se ha visto en los últimos días, no es otra cosa que el resultado de la normalización de las dinámicas delincuenciales que se han permitido en esta zona y que ahora, con la situación de la frontera tienden a agravarse.

En un consejo de seguridad adelantado ayer se ofrecieron recompensas por información que permita capturar a los responsables de las tres balaceras de los últimos días y se anunciaron medidas como el refuerzo de más policías y el apoyo del ejército para controlar las calles y las entradas a la ciudad. 

Es importante que estos operativos sean estrictos y que las autoridades muevan toda su estructura de inteligencia y de operaciones para presentar rápidamente resultados que, al menos, permitan que la ciudadanía se tranquilice. 

Porque puede que los indicadores que manejan oficialmente las autoridades no estén tan mal como en otros tiempos, pero la percepción de seguridad realmente está por el suelo. Y al fin y al cabo, para la gente del común, la percepción es lo que vale.