Que hacerla realidad cueste 3.4 billones de pesos es el pequeño detalle que destiñe la ilusión.
Que no pongan conejo
En el Catatumbo todo es ilusión. Que hacerla realidad cueste 3.4 billones de pesos es el pequeño detalle que destiñe la ilusión, porque, así ocurre en la cultura política colombiana, pueden, desde el Gobierno central, ponerle conejo a esta región.
Y eso sería el acabose.
Con tantas quejas de la presidencia, incluso en plena ONU, de que el gobierno anterior le dejó desfinanciadas muchas cosas, no es descartable la posibilidad del no a las esperanzas de miles de campesinos y de sus autoridades cívicas y oficiales, que consideran que el Plan de Acción para la Transformación Regional, aprobado en Cúcuta hace dos días, no es la panacea para los males del Catatumbo, pero sí la herramienta para comenzar a despegar de su atraso secular.
Al cierre de las asambleas en las que se definieron obras para 10 años, hubo un hecho que de verdad imprimió en los asistentes la convicción de que la hora del Catatumbo puede estar llegando: el gobernador, William Villamizar, se comprometió de tal manera con las gentes del Catatumbo, que incluso se mostró contrario al uso de glifosato para erradicar los cocales de la región, como lo pretende el Gobierno del presidente Iván Duque.
Tiene el gobernador —y todas las autoridades—, en este aspecto, el mandato de la lógica y de lo justo, como bandera para defender hasta el último pontón que se incluyó en el Plan, para exigir hasta el último centavo del último peso presupuestado, y para abrirle al Catatumbo el camino que por fin puede ponerlo donde debe estar: formando parte de este país tan desigual, tan injusto, que nunca lo ha querido…
Lo increíble de las asambleas es que todas las discusiones giraron en torno de asuntos tan elementales como agua potable, atención en salud, educación, caminos, respaldo económico básico para el campo, es decir, todo lo que el Estado jamás le ha dado, a pesar de que es lo mínimo que requieren los seres humanos.
¿Qué pueden saber en Bogotá de las necesidades que se pasan en los campos de El Tarra o en los de Hacarí? Absolutamente nada. No tienen la menor idea. Pero, sin razones lógicas, como se acostumbra, podrían frustrar todo o parte del sueño de miles de colombianos que solo saben de sobrevivir en un mundo hostil y abandonado.
¿Al menos uno de ese nutrido ejército de burócratas bogotanos habrá estado siquiera en Tibú, para no referirnos a San Calixto, El Tarra, La Gabarra, Hacarí…, sitios donde solo sobrevivir es ya una epopeya? ¿Habrá, ese uno, pensado alguna vez en todo lo que el Catatumbo le ha dado al país en muchas décadas de explotación, a cambio del abandono atroz, del olvido infame en que se mantiene a una región que, ojalá se pudiera demostrar, puede ser la despensa que no tiene este país?
La ignorancia absoluta y la corrupción en lo que se refiere a los recursos para esta región deben terminar. Hay miles esperando por planes de gobierno diseñados para cambiar la coca por cultivos lícitos, que permitirán desactivar la bomba que allí se está activando. Ojalá, de verdad, ojalá les cumplan.
Si no creen que es una última oportunidad para la paz, solo sigan poniendo conejo al sueño que abrigan los colombianos más estigmatizados, y verán…
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