Aunque 200 pesos parezcan una insignificancia, reajustar el pasaje a 1.600 pesos es un atropello para la gente.
¿Por qué tanto?
Difícilmente se encuentra en Colombia un servicio de transporte urbano masivo peor que el de Cúcuta, al que, sin embargo, acaban de concederle un alza absolutamente inmerecida y terriblemente injusta para los usuarios.
Aunque 200 pesos parezcan una insignificancia, reajustar el pasaje de 1.400 a 1.600 pesos es un atropello para la gente, en una ciudad que, según las mismas autoridades que aprobaron el alza, encabeza las cifras nacionales del desempleo, de la informalidad y de la pobreza absoluta. El precio se mantenía inamovible desde 2010, pero desde entonces el sistema no ha hecho méritos para que le otorguen los beneficios de ahora.
Surgen preguntas que alguien, en el Municipio, debe responder sin rodeos: si el índice de inflación el año pasado fue de 6,8 por ciento, ¿por qué el alza en los pasajes de bus fue de 14,3 por ciento?; si el salario mínimo subió en 7 por ciento, ¿por qué a los dueños de buses les aumentan sus ingresos en 7,3 por ciento más?
Ninguna ciudad tiene peor parque automotor que Cúcuta para transportar a su gente: es obsoleto, inadecuado, ineficiente, contaminador, entorpecedor de la movilidad, lento y peligroso, colección de chatarra con la que, en realidad, unos pocos esquilman a los miles de cucuteños que cada día tienen que ir al trabajo y regresar a casa.
¿Por qué, en vez de premiarlos —porque un alza como la autorizada es un premio—, a los empresarios no los obligan a solucionar todos los problemas que tienen sus busetas y a prestar el servicio al que están obligados?
¿Por qué, en vez de aceptarles sus propuestas, no los obligan a llegar a los barrios populares extremos, a donde sí llegan los transportadores piratas, en una solución igualmente inadecuada, pero indispensable para los cucuteños pobres?
Incluyendo los municipios del Área Metropolitana, Cúcuta es la quinta ciudad más grande de Colombia, pero su servicio de buses urbanos es indigno para cualquier población. Sin embargo, no hay reparo alguno en autorizarles a sus dueños alzas como la que entró a regir.
¿Cuál es la contraprestación? ¿Van a sustituir sus horribles lechuzas por vehículos modernos, cómodos, eficientes, que de verdad sean dignos de quienes pagan por montar en ellos? O todo va a seguir igual, con unos vehículos que no son aptos para cosa diferente de hacerlos un cubo de chatarra…
Porque si es así, se estará sometiendo a los cucuteños a un abuso cada día más grande, en aras de mantener tranquilo a un reducido gremio que llora porque sí o porque no y que mantiene bajo presión constante a las autoridades.
Como decía un expresidente colombiano: ‘el palo no está para cucharas’…
No puede estarlo en una ciudad sin fuentes de trabajo, con una industria limitada, con los más altos registros de desempleo y de informalidad, con índices de pobreza en verdad ofensivos, aislada del resto de Colombia, sumida en la desesperanza y con niveles de corrupción que harían avergonzar a los capos de la mafia calabresa.
Quizás se piensa que porque hasta hoy el cucuteño ha sido tolerante, sumiso, cooperador, incluso en situaciones de abuso, su comportamiento seguirá siendo el mismo. Pero pensar así es como jugar con candela, y los pajonales de la pradera están resecos…
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