Es muy probable que la intolerancia sea, como lo sostiene Medicina Legal, la principal causa de los 11 mil homicidios.
¿Por qué nos matamos?
Es muy probable que la intolerancia sea, como lo sostiene Medicina Legal, la principal causa de los 11 mil homicidios que se cometieron el año pasado en Colombia y de los que se siguen cometiendo.
Pero no toda actitud de alguien es intolerancia o producto de ella, porque si bien significa esa falta de habilidad o de voluntad para tolerar algo, es necesario precisar que es una actitud que viola o atenta contra los derechos del otra u otras personas, por razones políticas, religiosas, económicas, raciales, étnicas, culturales e incluso éticas… Intolerancia es, simplemente, no aceptar al otro, al diferente…
La mayor intolerancia es la guerra. Y matar o morir lo prefirieron campesinos marginados de toda instancia de decisión, aleccionados por activistas comunistas, que a mediados del siglo pasado encontraron un terreno abonado por décadas de exclusión, para escoger la violencia y la guerra como vías para alcanza el poder del Estado. Así respondieron a la intolerancia del gobierno, que a su vez la heredó de las formas políticas generadas desde el Siglo 15.
Pero la guerra solo aporta 15 por ciento de todas las muertes violentas, en un país que, pese a estar avanzando en un proceso de paz, sigue considerado como uno de los 20 más peligrosos del planeta. Cuando comenzaron los diálogos en La Habana, la tasa de homicidios era de 33,76 por cada 100 mil habitantes. Hoy es de 23,6, de todas maneras alta.
¿Cuáles son las causas del otro 75 por ciento de homicidios? De acuerdo con el Monitor de Homicidios del Instituto Igarapé de Brasil, son producto de la combinación de violencias asociadas a las riñas y a los enfrentamientos diarios, a la guerra, a la criminalidad organizada y a factores de orden estructural que operan como caldo de cultivo de conductas homicidas.
Descartada la guerra, quedan las secuelas, Por eso, ciudades como Cúcuta, Cali y Palmira superan el promedio nacional del índice de homicidios, puesto que su cercanía con zonas de guerra como Catatumbo, en nuestro caso, implica tener que lidiar con el desplazamiento de la violencia y de los homicidios hacia ellas. En mucho, la violencia del Catatumbo, y ahora de Venezuela, está en Cúcuta.
El problema es que no hay un análisis de la realidad, que permita formular políticas tendientes a neutralizar el fenómeno. Se han hecho algunas cosas, pero no de manera sistemática y seria. Ni siquiera se ejecuta un plan riguroso de control de armas.
Una política pública debe ser multidimensional y multisectorial, porque la violencia que se vive en la ciudad, aunque en descenso, tiene origen en la guerra, sí, pero ha adquirido diversas formas, y el homicidio es una de ellas.
No es Cúcuta la ciudad más violenta de Colombia: es la cuarta, pero sigue figurando en la lista de las 20 urbes más violentas del planeta, y a esa realidad hay que ponerle pronto fin.
No es fácil de entender la naturalidad con la que en Cúcuta se acepta el homicidio. La capacidad de asombro ante lo que significa quitarle la vida a alguien ya no existe, porque en su reemplazo se sembró la idea de que matar es fácil. Y mientras ese criterio persista, no se puede hacer mucho.
Precisamente es allí, en la raíz cultural, donde hay que atacar. Pero no solo le corresponde hacerlo al gobierno, también a la sociedad civil que, en últimas, es la que pone los muertos.
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