Trump no solo reveló altos secretos de Estado, sino que, en términos francos, les regaló a los terroristas del Estado Islámico al infiltrado,
Por la boca muere el pez
Lenguaraz como pocos, fanfarrón, y tan soberbio y ególatra que no concibe la posibilidad de admitir que se equivoca, el presidente Donald Trump no solo reveló altos secretos de Estado, sino que, en términos francos, les regaló a los terroristas del Estado Islámico (Isis) al infiltrado —todo parece indicar que la fuente es Israel— en esa organización terrorista.
Ahora se atribuye su ‘absoluto derecho’ a compartir información secreta con quien le parezca, que para eso es el presidente…
No le importa haber puesto en juego la propia seguridad de Estados Unidos.
Su decisión de abrir la boca aniquiló la confianza de los aliados —Israel ha sido quizás el amigo y socio más decidido de Estados Unidos después de Inglaterra— y expuso a los espías ante los terroristas más radicales y desalmados de la historia.
Pero, más allá de si puede o no compartir los secretos de Estado con una de las potencias rivales —enemigas, incluso—, Trump reitera que es un megalómano a carta cabal, un hombre con delirios de grandeza insatisfechos incluso con todo lo que significa ser el presidente del país más poderoso de la tierra. Hasta ahora, claro.
Era tan delicada la información, que la fuente —Israel, indican las versiones—no permitió siquiera que Estados Unidos compartiera la información ni siquiera con sus aliados de Otan y de Europa. Si trascendía la información, en Isis sabrán quién es el infiltrado y quizás no le queden muchas opciones de seguir vivo.
A los rusos les queda fácil saber quién es y aprovechar para extorsionar, a la manera de su costumbre, o incluso denunciar ante Isis al agente clandestino, a cambio de lo que sea. Total, en términos de Trump, el presidente ruso Vladimir Putin también tiene ‘absoluto derecho’ a compartir secretos con quien le parezca.
El presidente Trump que sin ningún rubor revela secretos de Estado y vende a sus colaboradores y aliados, es el mismo Trump que pidió la cárcel para Hillary Clinton por haber usado su dirección personal de correo electrónico para manejar asuntos de la dependencia que ella manejaba.
En este sentido, ¿qué habría que pedir, entonces, para él? Porque para una persona con su investidura, revelar secretos de Estado, solo porque se cree con el derecho de hacerlo, es poner a su país en la picota, pues traicionar la confianza de muchos gobiernos y entender que la lealtad es solo una mercancía que cambia de precio según soplen los vientos es señal de que algo está muy mal en su cabeza.
Está actuando no como un presidente, ni siquiera como un funcionario de Estados Unidos. Sus actitudes y desplantes recuerdan a los gamonales de pueblo de Latinoamérica, que hacen lo que quieren, solo porque se consideran los dueños de todo, de las vidas, de hombres y de mujeres, se creen la ley, parte en todos los procesos, el juez, el policía y el carcelero, todo al tiempo.
Por eso, niega lo negado poco antes por sus agentes de prensa que, a marchas forzadas dijeron en rueda de prensa que el presidente jamás reveló los secretos de que le acusan los diarios. Hoy, el propio Trump dejó mal parados a sus empleados, al aceptar que tiene el derecho de revelar los secretos cuando le plazca.
Pero, ¿y a qué costo?
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