El Coronavirus logró encuarentenar a los humanos, vaciar los parques, clausurar las rumbas de los fines de semana y hasta bajar la criminalidad urbana, pero  qué cosa tan curiosa que en cambio no fue capaz de inculcar la cultura ciudadana que este caso lleva implícita salvar vidas si se actúa correctamente o poner muchas en riesgo si el proceder está  por fuera de los márgenes de comportamiento adecuado.

Para certificar que no se les quiere estar achacando a los cucuteños el no acatamiento de las mínimas normas de comportamiento ciudadano, veamos simplemente este dato: 7.325 multas han sido impuestas por incumplir el confinamiento preventivo obligatorio en la ciudad, como consecuencia de la pandemia por el coronavirus.

Eso deja entrever que otros muchos miles de ciudadanos que de pronto no fueron sorprendidos por las autoridades, están desoyendo los pedidos para que no salgan de sus casas sin razón alguna o que respeten el pico y placa y que también lleven puesto el tapabocas.

Con el tapabocas comenzó a ocurrir algo semejante a lo que en los tiempos de normalidad sucedía con el casco para motociclistas, no se lo ponen, lo llevan en la mano  o en el codo.

Y eso no debe de ser así, porque la mascarilla está siendo exigida para cuando la gente va por la calle, llega al mercado, ingresa a un banco o pasa de compras por la droguería. Su propósito es el de evitar contagios y de prevenir ser contagiado. Luego no se trata de ningún juego o de una disposición absurda, puesto que las consecuencias posteriores pueden llegar a ser de carácter desastroso y dramático, como a diario lo reflejan los medios informativos.

También es igualmente delicado y de alta gravedad que muchos estancos expendan licores y permitan que las personas se aglomeren y consuman bebidas alcohólicas, cuando no estamos en un temporada de parranda sino de pandemia, porque además los  estados de alicoramiento en los hogares confinados pueden degenerar en hechos de violencia intrafamiliar u otros accidentes.

 Pero una situación que realmente preocupa es la del descontrol absoluto en las filas que se hacen a las entradas de los bancos y de las casas de giro y de envíos de encomiendas.

Ahí no se guarda ni la distancia mínima entre personas ni mucho menos se respeta la exigencia de llevar cubiertas la boca y la nariz. Se le ve aglomerados, conversando y saludando hasta de mano, como si nada estuviera pasando. Pero sí está ocurriendo algo y muy grave, que amenaza a la salud de todos.

Además, sería recomendable que una brigada de las secretarías de Salud, Bienestar Social y de la Policía visitaran sectores como el de La Guayabera en inmediaciones de la Terminal de Transportes donde hay advertencias de que se estaría ejerciendo la prostitución callejera. Y eso es igualmente riesgoso en esta época de crisis sanitaria.

Como vemos, ni en aquellos tiempos en que íbamos despreocupados por nuestras calles cucuteñas, saludando y abrazando a nuestros conocidos y haciendo lo que debíamos o queríamos hacer, en Cúcuta existía un comportamiento adecuado.

Eso nos está pasando factura hoy, en un departamento  que ya registra 84 contagiados por coronavirus. La carencia de civismo y urbanidad conlleva a que fácilmente se incumplan o se violenten las reglas básicas de comportamiento y fácilmente se crea que aquí  no pasa nada y la COVID-19 es algo que no nos atañe.