La sorpresa debió ser, también, para el presidente Juan Manuel Santos. Lo usual es que, en sus visitas a las regiones, los mandatarios seccionales le pidan, casi que le exijan, desde más dinero para financiar programas a veces irrealizables, hasta despliegue militar y policivo para liquidar algunas cuentas pendientes con la delincuencia, pasando por normas legales para ‘evitar la debacle’ en el respectivo departamento.

Él también es, hay que decirlo, porque los nortesantandereanos fuimos los primeros sorprendidos con el breve, conciso —aunque por momentos tímido y, en cierto sentido, falto de precisiones— discurso del gobernador, William Villamizar, para saludar al presidente durante la cumbre de diputados.

Fue más un globo de ensayo que un discurso tradicional en circunstancias como esas —las imprecisiones quizás fueron calculadas—, pero muy exitoso, en la medida en que Santos encontró lo que necesitaba, pero no esperaba encontrar: el pretexto para poner en marcha el indispensable, pero hasta ahora ausente, plan pedagógico para explicar los alcances de la paz más allá de todos los discursos.

Una universidad, así, en abstracto, quizás pueda parecer una petición algo desmedida para Catatumbo, en momentos en que cualquier peso hace falta en el presupuesto nacional. Faltó la precisión: se necesita un centro de estudios donde la gente de la región pueda prepararse para satisfacer sus propias necesidades: tecnologías para el sector agropecuario, para la pesca, para producir los equipos y las herramientas que se necesitan allí.

Un centro como el de Las Gaviotas, para desarrollar tecnologías que sirvan para las condiciones de la región, puede funcionar, perfectamente, en el centro de estudios que le pidió Villamizar a Santos.

Antes que abogados, administradores de empresas, contadores, y los otros profesionales que se acostumbran, la región donde se concentrarán los proyectos de la posguerra y en procura de la paz necesita técnicos en energías alternativas, en producción agropecuaria, en aprovechamiento de recursos hídricos y forestales, en alfabetización, en economía del hogar, en trabajo comunitario, en protección del medioambiente, en telecomunicaciones y aprovechamiento de tecnologías de todo tipo...

Salvo estas precisiones, el saludo del gobernador fue el que se necesitaba, no el que se esperaba. Por eso, Santos debe estar más tranquilo, sabiendo que, al menos en una de las zonas más conflictivas del país y donde mayores riesgos están acechando a la paz, hay gente dispuesta a jugársela por la paz, por la convivencia en otros términos, por el nuevo país, por el nuevo diálogo social.

No es usual escuchar a un mandatario seccional pedirle al presidente que lo oriente sobre lo que debe hacer y decir a sus gobernados, para que la presencia del Estado que tanto se reclama sea realmente efectiva. Esa ausencia es la que ha propiciado liderazgos sociales y políticos inconvenientes y desarrollo de proyectos militares desestabilizadores como el que se está intentando neutralizar.

Hay que concertarlo todo, sin duda. Pero, en Catatumbo, ¿cómo hacerlo con un Estado que nunca está y que cuando aparece es para poner en práctica todo su arsenal de medidas represivas?

Ojalá la respuesta de Santos a las peticiones de Villamizar sea la adecuada, es decir, la que en verdad se requiere para que, solo como ejemplo, la coca solo sea el recuerdo de momentos tristes de la historia, y la violencia y la intranquilidad, situaciones vividas intensamente en los días del descuido y la desidia oficiales.

La infraestructura vial, los hospitales, las escuelas, son obligación elemental del Estado en cualquier departamento. Lo realmente particular que se requiere es la comprensión en las altas esferas del gobierno, de la idiosincracia de una región llena de foráneos, de colonos, de refugiados, de desplazados, de desesperanzados que solo encuentran respuesta en organizaciones que perpetúan el estatu quo...

Entender que se trata de un país diferente. Esa es la clave que descifró el gobernador.