¿Ofensa o defensa?
Al contrario, se deben rechazar con energía las palabras de Francisco Santos, según las cuales, los colombianos que nieguen la realidad en los términos que el embajador prefiere “parece que tuvieran cédula venezolana”.
El asunto armamentista continúa abriéndose espacio en el Gobierno de Iván Duque. Para su embajador en Estados Unidos, Francisco Santos, Colombia debe renovar la capacidad ofensiva y embarcarse en la compra de aviones que, según él, no son ofensivos, son necesarios para lo que se llama disuasión estratégica. O sea, sí son ofensivos.
Las grandes potencias juegan a la disuasión estratégica: desarrollan bombas nucleares, con las que amenazan a los demás, y es esa amenaza latente la que, por razón de la intimidación —que es una forma de ser ofensivos—, se supone que hace desistir a eventuales atacantes. Y las otras potencias, para hacerse sentir, actúan en el mismo sentido, y el mundo se llena de arsenales. Como está hoy.
Y a eso nos vamos a dedicar, porque Venezuela dispone de aviones modernos, de origen ruso, en su aparato de disuasión estratégica.
Así, pues, el gobierno está pensando en una nueva flota —¿cuántos, 10, 20, más aviones?—, mientras los hospitales de la frontera, como el de Cúcuta, están a pasos de ir al colapso, mientras en el Catatumbo toda la comida se pudre porque no hay vías y mientras las escuelas dan pena, por su estado lamentable.
Con capacidad disuasiva frente a la flotilla Sukhoi de Venezuela, Colombia tendría que pensar siquiera en algo como los F/A-18 Hornet (cada uno cuesta entre 30 y 60 millones de dólares, según las arandelas que les instalen).
Eso, y el escudo antiaéreo (del que se habla en términos de 1,1 billón de pesos para comenzar), no tendrían motivación belicista, según Duque. Pero surgen varias inquietudes, como la de: si tal armamento no tiene esa motivación, entonces, ¿para qué comprarlo? Un escudo antiaéreo implica radares sofisticados, misiles, sistemas de comunicación codificada, y otros equipos.
No es fácil imaginar a un diplomático hablando en términos bélicos, porque hablar de comprar armas es asunto bélico, pero, en el caso del embajador Santos, no hay que olvidar que recientemente dijo que la intervención armada es una de las vías sobre la mesa para salir del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
Tampoco es fácil imaginar a Maduro ordenando atacar a Colombia: él sabe que acá hay más o menos un millón de venezolanos, que serían también víctimas, y nadie le perdonaría que con sus propias armas dañara a sus conciudadanos.
Pero, conociendo la locuacidad de Santos, no hay que darle la credibilidad que pretende ni el protagonismo que busca.
Al contrario, se deben rechazar con energía sus palabras, según las cuales, los colombianos que nieguen la realidad en los términos que el embajador prefiere “parece que tuvieran cédula venezolana”.
Esa es una ofensa, no por la cédula venezolana, sino porque nos pone a los fronterizos colombianos en su mismo plan beligerante y guerrerista.
Es necesario repetirlo: si quieren guerra en la frontera, el embajador Santos y todos aquellos que la propician, deberían venir ellos, con sus hijos, a pelearla. Si no son capaces, como estamos seguros, entonces que tengan quieta la lengua y se dediquen a otra cosa.
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