La principal razón por las cuales las Farc-EP decidieron sentarse a discutir con el Gobierno un acuerdo de paz es la de su imposibilidad de acceder a todo el poder del Estado mediante el argumento obsceno de las armas.

Esa, y la convicción —equivocada, claro está— de que ni la guerrilla podía derrotar a las fuerzas del Estado ni estas a la guerrilla, son dos razones que explican a cabalidad los resultados de los prolongados diálogos de La Habana y la nueva realidad política colombiana.

Interesadas, sin ninguna duda, en  el objetivo de siempre, de hacer suyo el poder del Estado para poner en práctica sus ideas, las Farc aceptaron que solo hay una forma de lograrlo: participando en la práctica política permanente y en el debate electoral a la manera de como lo hacen todos los demás colombianos.

Desde luego, desde su discurso inicial, al que muchos temen, han tenido que hacerle muchas modificaciones y retoques, y aplicar suficiente pulimento para que genere simpatías en vez de rechazo.

El problema es que en la mente de los colombianos está fresca la imagen de la guerra que las Farc propiciaron, y ese es un obstáculo por ahora imposible de remover.

Las Farc han sido radicales, sí. Pero por el Congreso y por los caminos del activismo político colombiano desfiló, hasta hace algunos años, toda la ortodoxia del marxismo-leninismo del Partido Comunista, en su más dura versión estalinista, como lo mandaban los cánones soviéticos.

Así, pues, las Farc llegarán al Congreso, pero no dirán nada que ya no se haya escuchado en ese recinto. Tendrán que aceptar que les pudo la realpolitik en su afán de no dejar que las ruedas de la historia les pasaran por encima.

El problema de las Farc, suponemos ya sin su mote de Ejército del Pueblo (EP), no es, pues, de contenido ideológico, que lo tienen, y acorde con la realidad actual, sino de credibilidad, por la imagen sangrienta, violenta e intransigente de la que aún quedan recuerdos en la actitud, la voz y los modales de comandantes como el sucreño Seusis Pausivas ‘Jesús Santrich’ Hernández.

El hecho de que las Farc aceptaran la intervención —qué duda queda de que fue decisiva— de Estados Unidos, parece inusitado, pero, en realidad, solo confirma que la realidad colombiana hizo que la guerrilla aterrizara.

Figuras como la expropiación, la reforma agraria, la estatización de todos los medios productivos y de la economía, el férreo centralismo estatal, el ataque permanente y teóricamente mortal contra el imperialismo, la consideración de que todo el que tiene dinero o propiedades es un burgués al que se debe liquidar, la combinación de todas las formas de lucha (y el delito es una de ellas), la guía filosófica del materialismo dialéctico y el seguimiento estricto y ortodoxo de todo el marxismo leninismo, todo eso, junto con el dogmatismo grosero y pedante debieron dejarlo las Farc archivado en sus anales de recuerdos.

¿Qué creen a pie juntillas en el poder popular? Desde luego, del mismo modo que otros partidos, que otros países. Sin él, nadie es alguien en la política. Pero, como están las cosas, para ellos será difícil captar ese poder. El pueblo perdona, pero no olvida. Entonces, ¿qué temen algunos?