No son todos los inmigrantes, es necesario aclararlo, pues hay profesionales valiosos que han sido acogidos como merecen.
Nuestros marielitos
Son tiempos de amor y comprensión, predican las iglesias cristianas. Pero, también, de sensatez y de pragmatismo, en especial si se trata de garantizarle a la población, en el caso particular los cucuteños, un mínimo de bienestar que el Estado le sigue negando...
Entre abril y octubre de 1980, a raíz de un incidente diplomático, Cuba abrió puertas y autorizó la salida de todo ciudadano que quisiera irse de la Isla a Estados Unidos. Unas 125.000 personas abordaron cuanta nave había en Mariel, un puerto caribe, y emigraron.
Por esa razón se les llama marielitos, pero esa palabra se usa también en Estados Unidos como sinónimo de indeseable y marginado: la inmensa mayoría de quienes llegaron a Miami desde Cuba tenía antecedentes penales y siquiátricos y en Estados Unidos la masa de cubanos se convirtió en una pesadísima carga.
Guardadas algunas proporciones, Cúcuta se está llenando de una especie de marielitos, no tanto por los antecedentes, sino por el fardo en que la inmensa de recién llegados es ya para los cucuteños. Un fardo muy pesado, por cierto, si se tiene en cuenta que, según informes oficiales, los venezolanos comenzaron a quedarse con puestos de trabajo de colombianos: los inmigrantes son mucho más baratos que los nuestros, y los empresarios no lo piensan dos veces cuando de invertir su dinero se trata.
No son todos los inmigrantes, es necesario aclararlo, pues hay profesionales valiosos que han sido acogidos como merecen. Pero la inmensa mayoría es —para que el gobierno central lo tenga en cuenta y actúe— una masa informe de gentes sin preparación alguna, que ya eran marginados en su país y vinieron a Colombia esperanzados en encontrar alivio a sus problemas de muchos años.
Hacen lo que sea necesario para conseguir unos pesos cada día: asaltan y roban a cualquier hora, hombres y mujeres se prostituyen, se hicieron pordioseros profesionales, copan los servicios públicos de salud, duermen en calles y parques y en cualquier rincón hacen sus necesidades fisiológicas, y como por razón de la situación de su país no tienen atención en salud, a Cúcuta llegan convertidos en factores de transmisión de algunas enfermedades que estaban controladas aquí.
Son tiempos de solidaridad, de amor cristiano al otro. Pero también lo son de exigencia de medidas urgentes y definitivas de parte del gobierno Nacional, en favor de Cúcuta y de Norte de Santander, invadidos como están desde hace unos dos años, por una ingente cantidad de extranjeros convertidos en serio problema.
De continuar la invasión y la presión sobre la comunidad local, no estamos lejos de registrar hechos violentos contra los extranjeros. En los barrios populares, los ciudadanos están más que molestos por la presencia masiva de extranjeros en sus calles. En el comercio ha habido amenazas de pasar a mayores ante la lógica insistencia de gentes que buscan con afán cualquier empleo. En los parques, ya no hay niños: fueron desplazados por huéspedes que duermen sobre un cartón, y por prostitutas y prostitutos que lo único que buscan es no morir de hambre…
Esta es una advertencia más de muchas sobre lo que puede sobrevenir si el gobierno central no hace lo que tiene que hacer: frenar la invasión y controlar a quienes ya están acá, y buscar apoyo de la comunidad internacional para darles a estas personas el tratamiento digno que merecen los desplazados del mundo.
El tiempo corre…
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