La prensa es fundamental para ejercer control sobre el gobernante y sus decisiones, y con mayor razón en países como el nuestro.
No y no a la censura
No solo es tentación totalitaria, eso de controlar lo que deben decir los medios de comunicación, y cómo deben decirlo. Es tentación de todos los que, de alguna manera, tienen poder y lo administran.
En la supuestamente más sólida democracia del mundo, la de Estados Unidos, el propio presidente Donald Trump ha pretendido, sin descanso, imponerles a los medios una verdad, la oficial, que no es la verdad, y maltrata a los periodistas que, por decisión profesional y por lógica elemental no le hacen caso.
Uno de los deportes favoritos de los dictadores es, precisamente, perseguir a los medios y a los periodistas, hasta obligarlos a cerrar, a los unos, o a exiliarse, a los otros, pero, en todo caso, a mantener su actitud de resistencia hasta las últimas consecuencias.
Los mueve, a los medios y a los periodistas, la convicción de que la libertad de expresión garantiza la supervivencia de la democracia. La democracia sin libertad de prensa y de expresión, y sin el ejercicio del derecho ciudadano a ser informado con libertad, no existe. Es la realidad.
La prensa, entendida como la actividad de informar por cualquier medio y de expresar opiniones, es fundamental para ejercer control sobre el gobernante y sus decisiones, y con mayor razón en países como el nuestro, donde a los poderosos los anima el deseo íntimo de hacer lo que les parece. Es el caso de Venezuela, con todo el aparato del Estado movido desde la silla de Nicolás Maduro.
Pero, en cualquier democracia, como la colombiana estos días, lo que menos se esperan los medios es que, desde la cima del poder, se copie a Trump con formas como la de decir cómo se debe informar. Esa tendencia a controlar a los medios y a los periodistas está incrustada en el Gobierno actual y en el partido de gobierno, y se traduce en varios intentos por establecer normas que solo convienen al poder. Y así no son las cosas.
La pregunta lastimera de la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, a través de una red social sobre ‘cómo haremos para que nuestros periodistas asimilen que Nicolás Maduro no es el Presidente de Venezuela’ está fuera de lugar.
Desde luego, ella puede formular las quejas que le parezcan, mientras todo el tiempo que dedique a ellas no interfiera con el que debe dedicar a los asuntos del Estado, pero lo más sano que puede hacer es dejar que los medios y los periodistas actuemos como creemos que debemos hacerlo. No como ella o cualquier otro alto funcionario lo quiera.
En el fondo, no importa lo que la vicepresidenta pretenda respecto de Maduro y su legitimidad. Lo fundamental es el respeto que el Gobierno y sus agentes deben a los medios de comunicación, regidos por el mandato constitucional de que, por lo menos la prensa, no tendrá jamás censura. Y sugerir cómo escribir es equivalente a rechazar como se escribe, y eso es censura.
Y al menos los medios impresos de comunicación tienen clara su misión en la defensa de la libertad de prensa y expresión y en general se oponen a cualquier forma de censura abierta o velada, ordenada o sugerida, con toda la fuerza de la razón. Es una cuestión de principios.
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