Ayer fue un día de muchas flores y chocolates de regalo, de halagos y lisonjas y de condecoraciones y reconocimientos. Fueron 24 horas de homenaje universal a la mujer. Un día en que se publicaron muchas palabras de congratulación.

Deliberadamente aplazadas, para ser coherentes con nuestro parecer según el cual el Día de la mujer es todos los días, hoy nuestras palabras están destinadas a que se reconozca que mejor que chocolates, flores y regalos, las mujeres necesitan más derechos, más poder político, económico y de decisión, más independencia…

Necesitan, en resumen, la absoluta igualdad con los hombres que la historia, escrita siempre en género masculino, les ha negado a rajatabla, solo porque no son hombres, a lo largo de siglos y siglos de humanidad.

Porque, por alguna razón extraña, en casi todas las sociedades la mujer ha sido —y hoy aún lo es en varias— considerada y tratada como una nulidad, incluso como un objeto desechable, como una persona de segunda y hasta de tercera clase.

Y la colombiana, heredera directa del machismo español, sigue siendo una de esas sociedades en las que ser mujer es una tragedia permanente. Lo dicen las estadísticas: cada día, 118 mujeres son agredidas por su pareja, en actos que van desde la ofensa verbal hasta el homicidio, pasando por las golpizas y la violencia sexual.

Aunque en el campo laboral la mujer colombiana ha incursionado con éxito rotundo en todos los espacios, esa conquista —porque en ella todo avance es eso, una conquista, no un reconocimiento— se ve opacada con la compensación salarial, siempre inferior a la del hombre.

En la burocracia del Estado, que se supone es el ente regulador de todos los derechos y de todos los deberes, se está cometiendo una injusticia crasa: la cuota femenina reconocida es de 30 por ciento, nada más, a pesar de que 50 por ciento de toda la población colombiana son mujeres.

Comenzando por allí, la inequidad y la discriminación son una norma formal ineludible, irrefutable, casi que inviolable.

Organizaciones que dicen darlo todo por lograr que los derechos y la igualdad sean de todos, como las Farc, por ejemplo, adolecen del mismo mal machista. Con decir que en sus cuadros superiores no hay mujeres se dice todo de la revolución marxista leninista que impulsan.

Todos, sin excepción, en la burocracia oficial, en el sector privado, en las organizaciones de todo tipo, se acude siempre a la entelequia de que no hay mujeres dirigiendo, porque no se han preparado. Y nadie se permite una reflexión breve: si es así, se debe a que la escuela superior aún no les abre totalmente las puertas a las mujeres.

No pretendemos ser ejemplo, ni mucho menos, pero el diario que usted tiene en sus manos o lee en la pantalla de su computador o su teléfono es elaborado por una redacción integrada en su mayoría por mujeres. Ellas son las mejores periodistas del oriente colombiano, profesionales íntegras, ejemplo de honradez, algo que está desapareciendo muy rápidamente en el periodismo colombiano.

Por fortuna están acá.