Desde luego, ni el triunfo del sí es garantía de que habrá paz, ni la victoria del no es señal inequívoca de que la guerra seguirá.
Más allá de ellos
Considerar que el plebiscito del 2 de octubre es un mecanismo para expresar apoyo al presidente Juan Manuel Santos o al senador Álvaro Uribe Vélez votando sí o no, es mezquino, es pensar en pequeño para un país digno de toda la grandeza.
Tanto el uno como el otro son meros accidentes de la trágica —como tantas otras— historia colombiana, son seres y nombres que hoy están y mañana no, pero el país seguirá, aunque parezca perogrullada solamente pensarlo.
Solo que en ese país vivirán los hijos y los nietos de los colombianos que en dos semanas decidirán si les parece bien o no el acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc, y todo lo que de él se desprende.
Desde luego, ni el triunfo del sí es garantía de que habrá paz, ni la victoria del no es señal inequívoca de que la guerra seguirá. La historia, y más los hombres que la protagonizan, son veleidosos y cambiantes, como las veletas en lo alto de las viejas torres de las iglesias pueblerinas: siguen la dirección del viento del momento.
Porque, en caso de que, como parece, al caer la noche haya ganado el sí, al amanecer no será Colombia el país de cucaña que algunos sueñan para morirse de viejos, en medio de la paz bucólica que aún se recuerda en las tertulias familiares de cuando no pasaba nada, a veces ni siquiera el tiempo.
No, esa no será la Colombia del lunes 3 de octubre.
Ese será solo el primer día de trabajo en busca de la paz como objetivo, como resultado de cambiar muchas realidades que ayudaron a parir la guerra hace casi 60 años. Claro que no será ese un día de final, sino un día de comienzo.
La injusticia, la impunidad, los desequilibrios económicos y sociales, la falta de recursos para el agro, la marginalidad, la discriminación, el desempleo, la falta de salud y de educación y de oportunidades, el clientelismo, la exclusión… males que devoran a esta sociedad y que la impulsan a la guerra, no serán superados en la medida de los resultados de las urnas.
Se necesitarán muchos años para lograrlo, porque han pasado muchos años, siglos, incluso, en esa situación que no permite que este sea un país al menos con un aceptable grado de tranquilidad. La paz vendrá como una consecuencia de haber sanado de estos males.
Pero ni Santos ni Uribe ni el Gobierno ni la oposición ni las Farc ni nadie en particular deben ser el pretexto para votar el plebiscito o para preferir el sí o el no, sino el bien supremo de la paz que, además, se debe enriquecer cada día.
“La paz —dice el artículo 22 de la Constitución— es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”, no la dádiva generosa del gobierno o del presidente; tampoco, el botín arrebatado de la mano por los opositores del plebiscito.
Que entre el sí y el no muchos prefieran el primero, como lo dicen algunas encuestas, es porque están convencidos de que la guerra es el freno insuperable de todas las actividades de la sociedad y el camino eterno para conquistar la paz.
Pero, de todos modos, cada uno es libre de votar en el sentido que le guste.
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