César Rojas es el nuevo alcalde de Cúcuta, y William Villamizar, de nuevo,  gobernador de Norte de Santander, en decisión minoritaria de los electores que, de todas maneras, lleva a desearles todo el éxito posible en sus administraciones.

Y lo van a necesitar, en especial porque el momento de la región es quizás el más difícil en muchos años, por circunstancias que los dos mandatarios deben contribuir a superar definitivamente, Norte de Santander, y con mucha mayor razón Cúcuta, están en el momento preciso para emprender, de una vez y para siempre, la ruta que les corresponde, en completa autonomía económica.

El bloqueo venezolano ha permitido reflexionar sobre la historia de esta región, muchas veces más cercana a Caracas que a Bogotá, y sobre todas las consecuencias que genera la cultura de la ilegalidad que nos caracteriza.

Así, las condiciones están dadas para que desde las nuevas administraciones se asuma el liderazgo político adecuado para enfrentar el gran reto de ser nosotros mismos.

Es cierto que los dos mandatarios —en especial el alcalde— obtienen un mandato muy precario, lo que les disminuye la legitimidad requerida para manejar los destinos de la región, pero dependerá de ellos mismos el que todos los ciudadanos participen en la solución de los problemas, algo en lo que no se ha caracterizado esta sociedad, a veces apática, a veces esperanzada más en lo externo que en lo interno.

Un mayor acercamiento a la ciudadanía por parte del nuevo alcalde, sin la menor duda será más benéfico para todos que esa actitud errónea de mantenerse al margen de las necesarias discusiones programáticas.

Pero ni Rojas ni Villamizar pueden considerarse al margen de la crítica que los ha acompañado en los últimos tiempos, por razones suficientemente conocidas relacionadas con su cercanía afectiva con un exalcalde cuestionado, en el caso del primero, y con la falta de suficiente transparencia en relación con el banco de maquinaria, en el segundo.

Ambos deberán desechar, por equivocada, la tentación en boga en el sector público de mezclar lo privado con lo público, en especial en los delicados asuntos de la contratación oficial, como lo temen y lo expresan muchos ciudadanos.

Desde luego, es de esperar que ambos funcionarios actúen, a partir de hoy, con la integridad, la honradez y la transparencia que los cargos exigen y que la sociedad espera, cansada ya de sobrevivir en medio de la corrupción que está aniquilando al país.

Deberá el alcalde tomar la suficiente distancia de las amistades que, en criterio de sus críticos, lo llevaron al primer cargo del municipio y lo pusieron muy cerca de la ilegalidad y de la proscripción.

No se puede negar que tanto el alcalde como el gobernador ganaron sus cargos en una jornada realmente ejemplar, por decisión de un electorado que votó movido por diferentes razones, no todas correctas, no todas democráticas.

Ojalá, en los casos de Cúcuta y Norte de Santander, dentro de unos años no se cumpla aquello de que en la democracia colombiana nadie gana sino que todos perdemos, no importa quien triunfe en las elecciones.

Tanto de Rojas como de Villamizar se espera mucho, pero no tanto en la trajinada materia de lo físico traducido en obras y programas, como en lo ético, lo legal y lo correcto.

Ambos tienen compromisos con sus simpatizantes, unos más grandes que otros, pero antes deben satisfacer las necesidades de la gente en materia de empleo estable, de desarrollo industrial, de beneficios para el sector rural, y desde ya, prepararse de la mejor manera para liderar todo el proceso de posguerra que, como lo saben, tendrá en la región una inmensa actividad.

Es su obligación. Es su verdadero compromiso.