Si los ríos hablaran, contarían historias de centenares de cuerpos de colombianos, todos pobres y campesinos, que fueron asesinados.
Las cifras de la infamia
Una población como la de Sincelejo, al menos 262.197 personas, murieron en la guerra entre 1958 y julio de 2018, de acuerdo con cifras del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica (Cnmh).
Es una hecatombe, una cifra apocalíptica, aterradora, que toca las fibras más sensibles de cualquier persona, pero que al parecer aún es insuficiente para convencer a muchos, entre ellos algunos dirigentes políticos y gremiales, de que hay que parar, desde ya y para siempre, la matanza entre hermanos.
Las cifras reflejan una hecatombe de la que son conscientes solamente las familias de muertos, heridos, desplazados, perseguidos, desaparecidos…
Y la cantidad de desaparecidos, de los que jamás se volvió a saber nada, es otra monstruosidad: 70.587 personas, civiles y militares de todas las condiciones y de todas las edades, que, si se mira de manera objetiva, hacen parte de un drama aún peor que el de los muertos.
Son colombianos que permanecen vivos en la mente de cada pariente, sobre los que se tiene solo incertidumbre nacida de la esperanza de que algún día tal vez regresarán a casa o de que se conozcan detalles que lleven a la certeza.
Esa incertidumbre, esa duda permanente, ese no saber qué hacer para que la angustia se termine, es una situación absolutamente injusta e incomprendida, que pocas veces recibe la atención oficial que requiere.
¿Estarán vivos o muertos, estos desaparecidos? ¿Qué harán? ¿Qué ocurrió? Estas y muchas otras preguntas jamás han sido contestadas, pero, en el fondo, en algunos hogares existe la convicción de que ya no regresarán.
Si los ríos hablaran, contarían historias sin fin de centenares de cuerpos de colombianos, todos pobres y campesinos, que fueron asesinados y arrojados a sus aguas, para que se llevaran los restos y el recuerdo. En Norte de Santander, el río Catatumbo, por ejemplo, debe guardar muchos secretos de lo que han llevado sus aguas hasta el Lago de Maracaibo.
En esas aguas deben estar los restos de muchos de nuestros desaparecidos, de uno y otro lado de la guerra, de uno y otro grupo combatiente que participó en esa orgía de horror que hoy se quiere revivir, por razones tan triviales como la de que el proceso de paz lo firmó un presidente y no otro. Porque esta situación, no lo puede negar nadie, pesa en el balance de razones de la intención de reversar el proceso de paz con las Farc.
En el informe del Cnmh, surge una verdad terrible: pese a los 60 años de guerra, las Farc y las guerrillas de izquierda a las que con tanta saña se refieren algunos, causaron 35.683, en tanto que los grupos paramilitares, a los que miles de colombianos aún defienden, regaron a Colombia con sangre de 94.754 muertos, en muchos menos años.
El estudio es resultado de consultar 592 fuentes sociales y gubernamentales y de investigar desde 2008, cuando nació el Cnmh.
Hoy ya tenemos los datos concretos, casi completos. de nuestra tragedia… ¿Será mucho pedir que nos dediquemos a asimilarlos, a hacer lo posible porque nunca se repita un cataclismo similar? Ojalá, pero, sincera y dolorosamente, hay dudas.
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