Pues, bien. Las cosas cambiaron. Caracas ya no es el centro de decisión de la política latinoamericana.
La vuelta de la tortilla
No es esta, del canciller venezolano, Jorge Arreaza, la primera vez que a Colombia alguien la llama Caín de América, solamente porque en ejercicio de su soberanía y en acto de autodeterminación hace lo que le parece que tiene que hacer.
Y, por ahora, por claras razones de Estado que a ningún otro gobierno tienen por qué importarle, lo que tiene que hacer el presidente Juan Manuel Santos es proteger a la exfiscal de Venezuela, Luisa Ortega, y declarar que está dispuesto a otorgarle asilo y ella así lo pide.
Las de Arreaza son palabras que denotan la ira que le causa al gobierno socialista y bolivariano el hecho de que Colombia le esté hablando duro, y el dolor de que Caracas haya dejado de ser el que era centro de decisión y definición política para parte del Continente.
Porque el Palacio de Miraflores fue, durante lo que va de este siglo, el sanedrín donde se reunían quienes —orquestados no tanto por Hugo Chávez o Nicolás Maduro como por los delegados de algún gobierno del Caribe—, tomaban decisiones por toda América Latina.
Allí nació, por ejemplo, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba), que pretendió sustituir, a sombrerazos, gran parte del sistema político económico y de relaciones del Hemisferio. Allí se establecieron las garantías y los lazos de amistad que les permitía a los grupos guerrilleros colombianos vivir en Venezuela como si fuera su hogar.
La presencia inusual y frecuente de mandatarios latinoamericanos en Caracas o en La Habana indicó, durante varios años, que había asuntos particulares de varios países que interesaban a Miraflores y que muy seguramente requerían ser ventilados con asistencia de delegados de otros gobiernos. No eran asuntos tan particulares…
Chávez llegó a ostentar un inmenso poder diplomático, en especial favorecido por el apoyo de los estados del Caribe, principalmente, granjeado gracias a una política petrolera que los sacó de apuros cuando escaseaba el dinero para comprar combustibles…
En los foros internacionales, el bloque de países afines a Caracas decidía a rajatabla, con sus embajadores votando casi sin discusión, con disciplina digna de mejores escenarios.
Pues, bien. Las cosas cambiaron. Caracas ya no es el centro de decisión de la política latinoamericana. Que los líderes opositores venezolanos, como la exfiscal Ortega, pasen por Bogotá no significa nada importante ni debe inquietar a nadie, y menos a Maduro y Arreaza.
Pero de lo que sí deben ser conscientes todos es de la absoluta libertad colombiana para hacer lo que tiene que hacer; son razones de Estado, y ya.
La historia le dio vuelta a la tortilla, y ahora le toca a Venezuela la parte más cercana al fuego. Todo es resultado de la dinámica de la política internacional, acerca de la cual nadie, mucho menos los revolucionarios socialistas, puede desconocer.
La situación ha llegado a tal punto, que quizás incluso las soluciones para la situación de Venezuela tengan que discutirse y acordarse fuera de Caracas, y lejos de la influencia de padrinazgos caribes.
Es a lo que ha llevado la propia Venezuela con su radicalismo y su peligroso andar sobre la cornisa de la Constitución.
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