Esa es una desnaturalización tal vez provocada por la violencia guerrillera y paramilitar que dejó gran cantidad de muertos en la capital de Norte de Santander.
La vida no vale nada
Antropólogos, sociólogos, sicólogos, violentólogos y hasta siquiatras tienen en Cúcuta una gran cantera para hacer un diagnóstico sobre el comportamiento ciudadano basados en esta frase: ‘pareciera que pesara más el hurto que la vida’, en clara referencia de que por estos lares fronterizos la vida ya no vale nada.
El contexto sobre esta visión encaja dentro de lo expuesto a La Opinión por el coordinador de Cúcuta Cómo Vamos, Mario Zambrano, de que en la ciudad preocupan más los hurtos y los asaltos, que los homicidios.
Así se percibe tanto en la vida diaria como en el mundo digital en el caso relacionado con las muertes de personas en hechos sangrientos de diversa índole. La frialdad es total o el señalamiento anticipado se imponen al escucharse o leerse comentarios de esta naturaleza ‘por algo lo mataron’, ‘debería algo’, ‘eso es que andaba en malos pasos’ o ‘quién lo mandó a arrendarles a esos presuntos delincuentes’ o ‘el que a hierro mata a hierro muere’ ‘eso le pasa por consumidor (de droga)’.
Esa es una desnaturalización tal vez provocada por la violencia guerrillera y paramilitar que dejó gran cantidad de muertos en la capital de Norte de Santander, añadido a los miles de desplazados, centenares de familias despojadas y un gran número de personas desaparecidas.
Y tal vez en esa pérdida de sensibilidad igualmente ha tenido influencia el sangriento legado en reflejo del Catatumbo por la disputa de la producción y tráfico de estupefacientes, el negocio ilegal de armas y el contrabando.
Las vendettas de la mafia en la región, la oleada migratoria que también trajo su estela de sangre y la misma influencia insegura de la frontera.
En resumen, ese cóctel ha actuado de tal forma sobre la población, que ya con bases estadísticas empieza a verse en mediciones como la hecha por la Encuesta Cúcuta Cómo Vamos, que el homicidio no aparece como un tema tan representativo de gran preocupación para los habitantes de esta zona del país.
Tal vez algunos quieran llegar a afirmar que tratar este asunto es como querer hacer realidad aquello de que no hay muerto malo, y eso no es lo que se busca. Lo que sí es cierto es que esa insensibilidad puede estar llegando a favorecer -sin proponérnoslo como sociedad- a los agentes del crimen que siegan la vida porque advierten que pueden andar a sus anchas actuando sin problemas, tal vez al percibir que a la gente no le interesa los que mueren violentamente.
Ese desinterés y despreocupación transmitido por el virus de la sucesión de hechos sangrientos y por el desgano frente a la lentitud de la justicia para castigar a los responsables, es peligroso que nos lleve a un destino como el indicado en el famoso poema que termina con esta advertencia: “(...) ahora me llevan a mí, pero ya es tarde”.
Luego en esos anuncios que se han hecho de los observatorios de la violencia y la inseguridad, es trascendental que se tenga un capítulo aparte para que un equipo de profesionales como los que señalamos al principio, analicen el actual comportamiento de los cucuteños, en los diferentes estratos sociales, con el fin de trazar una estrategia de trabajo sicosocial, ya que desde el punto de vista educativo y de salud pública, la visión ciudadana de despreocupación frente a los asesinatos es también un elemento vital de enfrentar, en una ciudad que el año pasado ocupó el quinto lugar en homicidios en Colombia.
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