Con el proceso de paz avanzando, se necesita un Ejército diferente, enfocado ya no en la guerra subversiva, sino en múltiples misiones.
La nueva fuerza
Ha sido desde siempre el coco de los jóvenes colombianos, por muy pocas pero muy contundentes razones: nadie quiere ir a matar o a que lo maten en la guerra. Y en Colombia hemos estado en guerra desde cuando llegaron los invasores europeos.
Guerras de nativos contra extranjeros, guerras de pobres contra ricos, de liberales contra conservadores, de todos contra todos, de revolucionarios contra el Estado… en fin, guerras, todas irracionales, todas absurdas, todas infames.
Por eso, durante los pocos siglos de historia, los muchachos colombianos han tenido pavor del momento de enlistarse, y más, cuando ir a filas se hizo obligatorio, virtualmente ineludible, incluso, una forma de acarrear persecuciones, atropellos, abusos y violaciones de algunos derechos fundamentales.
Poco a poco, el Ejército se fue modernizando, y una de las formas que encontró fue la de profesionalizar a sus soldados y distender un poco las estrictas reglas del reclutamiento, un evento cuyo solo nombre hacía huir a muchos a donde primero pudieran.
Batidas rodeadas de inusitado despliegue de fuerza y de recursos se sucedían en los poblados campesinos, verdaderas razias de las que solo quedaban llanto, drama y tristeza que, en infinidad de casos, nunca terminaban, pues el chico que se llevaban para el cuartel no regresaba: o moría en la guerra o, simplemente, se quedaba en la ciudad.
Hace unos años, un estudio académico llegó a la conclusión de que uno de los factores que más contribuyó al despoblamiento del campo fue el reclutamiento militar. Más que la guerra misma. El futuro de los muchachos que no huían, que era la gran mayoría, era el Ejército y sus tres destinos lógicos: morir, quedarse en filas o en la ciudad, o desertar e irse con quienes estaban en el otro bando.
Cuando el soldado se hizo profesional, la situación empezó a cambiar. Por fortuna.
Ahora, con el proceso de paz avanzando, se necesita un Ejército diferente, enfocado ya no en la guerra subversiva, sino en múltiples misiones destinadas a defender la soberanía, la independencia y la integridad del territorio y del orden constitucional. Y, sobre todo, con soldados voluntarios y adiestrados para cumplir múltiples tareas.
Esta de ser voluntarios especialistas y de alto grado de profesionalismo es la esencia de la nueva fuerza, adiestrada para actuar donde sea y que atraerá a la juventud, hombres y mujeres, porque les permitirá encontrar en ella un campo de acción permanente en el cual hacer patria y, a la vez, tener un medio de vida noble.
La paz será una realidad, no hay duda. Y el nuevo Ejército estará listo para defenderla y garantizarla, pero, en palabras de su comandante, general Alberto Mejía, ya no conformado ‘por batallones de robocops sino por hombres y mujeres más preparados, más educados, más profesionales’.
Es un nuevo Ejército, para una Colombia que, por encima de todos los obstáculos, pasará rauda en busca de un futuro que o le ha sido esquivo o le han esquilmado, y que hoy, por viejas razones, algunos insisten en escamotearle.
Es de esperar que esta nueva fuerza esté siempre a la altura del nuevo país y de sus circunstancias de toda índole. Tal parece que sí…
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