Lo importante es que ya nunca más los niños sean soldados, y menos de una guerra que les es ajena desde todo punto de vista.
La guerra de los niños
Nadie sabe exactamente cuántos son, pero sus débiles humanidades han soportado gran parte del peso de la guerra que estamos a punto de dejar atrás.
No son de todas las condiciones sociales, económicas y familiares, como en la mayoría de situaciones en las que están involucrados. En este caso, los niños de la guerra son los colombianos más indefensos de todos. Son los niños de las familias más pobres del país. Los hijos de las familias más marginadas.
Y esa doble condición de desventaja, además de otras como su escolaridad nula y su desconocimiento absoluto tanto del mundo como de su situación, hace de ellos los últimos de la última fila. Su marginalidad es realmente de espanto.
Cálculos desprovistos de rigor señalan que los menores reclutados para la guerra son unos 9 mil. Pero la estadística queda en cuestión si se tiene en cuenta que incluso hoy, cuando comienzan a desvincularlos del conflicto, no se tiene una cifra concreta de cuántos son.
Otros cálculos indican que 47 por ciento, es decir, casi la mitad de todos los combatientes de la guerrilla fueron reclutados, muchos a la fuerza, cuando eran niños, incluso de pocos años.
Muchos de esos niños muy posiblemente se hicieron adultos y quizás se la ganaron a la hecatombe. Otros sin duda murieron y su sangre vigorosa y joven no contribuyó en nada, a nada diferente de engrosar las largas listas de las víctimas.
Estas sí que han sido víctimas inocentes. Y esta sí que ha sido la guerra de los niños. Y en un país que siempre se ha preocupado por los demás, menos por los menores de edad y todo lo que ellos representan y significan, los pequeños han sido protagonistas de primera línea de las páginas más negras de la historia de este país al que además le cuesta trabajo dejar de pelear.
Por eso, el anuncio del domingo en La Habana de que los niños dejarán, al fin, de ser combatientes, tiene que generar todo tipo de sentimientos positivos y de esperanzas en el futuro de Colombia.
El solo hecho de que los niños dejen las armas y se dediquen a estudiar y a jugar, y a lo que deben hacer los niños, vale el esfuerzo hecho hasta ahora tanto por el gobierno y el país, como por las Farc, en busca de cambiar la historia de Colombia por la de paz que se le prometió.
El gobierno tiene listos los mecanismos jurídicos y de apoyo para vincular a estos niños a la sociedad a la que nunca han pertenecido, y, aunque distingue entre los menores de 14 años y los demás, para aplicarles medidas judiciales, la verdad es que ninguno de ellos debiera ser señalado de responsabilidad alguna.
Muchos de ellos fueron reclutados siendo realmente niños, y durante su vida como combatientes no han tenido tiempo de distinguir, como los demás, si sus acciones son buenas o malas. Para ellos, disparar un fusil y posiblemente matar a un soldado, es solo lo que les ordenaron hacer, no un acto con contenido moral alguno.
La verdad, ellos han sido más víctimas que victimarios, y responsables de los delitos que hayan cometido, incluidos los más graves, son las personas que los reclutaron y mantuvieron a la fuerza como combatientes. A esas personas les deben cobrar por los actos de los niños por muy graves que hayan sido.
Desde luego, lo importante es que ya nunca más los niños sean soldados, y menos de una guerra que les es ajena desde todo punto de vista.
Al menos, los niños combatientes de las Farc podrán volver pronto. Pero, y los que tienen otras organizaciones armadas, ¿cuándo?
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