Los contaminadores podrán estar tranquilos, porque no se les sancionará. Al fin y al cabo esa es la costumbre en la región.
Injusticia ecológica
Es bueno contaminar los ríos con cuanta porquería se quiera. Es bueno, al menos en esta región, donde si acaso hay alguna sanción por atentar contra la vida —porque eso es atentar contra el medioambiente—, es para quien nada ha hecho; no, para el contaminador.
El caso de la horrible cloaca aún llamada río Zulia es aleccionador.
Un súbito cambio de color de sus aguas obligó a los campesinos de Buena Esperanza a exigir explicación de lo sucedido y soluciones inmediatas. Su vida, en buena parte, depende del Zulia.
Los estudios revelaron que la causa es un deslizamiento en Arboledas, donde un cerro se deshace por acción del agua, que a partir de entonces baja teñida de un inquietante color rojo. En cierto sentido, lo que está sucediendo es un fenómeno natural como miles y miles en la larga historia del planeta, que solo ocasionalmente pueden generar daños ecológicos irreversibles.
Pero la investigación también demostró que las aguas están contaminadas con muchas cosas, entre ellas sustancias minerales y químicas, que al parecer le llegan de la quebrada La Tonchalera, una corriente de aguas renegridas cargada de residuos de explotaciones carboníferas y, al parecer, de algunos cultivos.
En resumen, Cúcuta privó del agua a la gente de Buena Esperanza y de una manera reprobable convirtió un río en cloaca fétida y peligrosa. De paso, dejó a El Zulia sin una fuente de ingresos, generada por el turismo interno que buscaba las aguas del río. Hoy, esa actividad no existe.
Y surgió la solución no digamos injusta, sino la más fácil.
En vez de sancionar a los contaminadores, se les premiará. Ellos ya saben que podrán seguir arrojando sus basuras de todo tipo a la corriente, porque habrá una planta de tratamiento de aguas residuales que limpiará las inmundicias, para evitar que el río desaparezca.
Los contaminadores podrán estar tranquilos, porque no se les sancionará. Al fin y al cabo esa es la costumbre en la región.
El castigo vendrá para quienes nada han hecho, incluidos, desde luego, los campesinos de Buena Esperanza, que ya no pueden aprovechar el río. O, acaso, ¿no será toda la comunidad, con sus impuestos, la que financiará la planta de tratamiento?
Es esta una manera injusta de solucionar un problema gravísimo.
Las autoridades consideran que está bien limpiar los contaminantes. Obvio. Pero esas autoridades olvidan algo elemental, una verdad de a puño: ignoran que es mejor no contaminar, y que su papel consiste, precisamente, en evitar emisiones y otras acciones como las que mataron el río Pamplonita y están liquidando el Zulia y el Táchira.
¿Por qué pasan por alto esto? ¿Es temor, o qué, lo que tienen ante quienes les están negando a las generaciones de mañana, nada más mañana, la posibilidad de saber qué era un río, porque los que había los acabaron para enriquecerse? Si no es temor, ¿por qué no hay sanciones? Si no es eso, ¿entonces, qué es?
No hay interés ni económico ni político ni de otra clase superior al derecho de las personas a disfrutar de un medioambiente adecuado, no hostil, como lo es hoy, con los ríos de veneno que las autoridades les están permitiendo generar a unos cuantos…
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