El lunes quedó demostrado: Gramalote es, de nuevo, una realidad de techos rojos y perfectas calles empinadas que recuerdan las que se tragó la tierra en 2010.

Representa, otra vez, el sueño de sus habitantes de poder vivir junto a todos los vecinos de siempre, casa con casa, con la tranquilidad que surge de saber que la voluntad de hacer las cosas es, en este caso, superior a la fuerza destructora de la naturaleza desatada.

El pueblo no está terminado. Ni lo estará durante varios meses. Pero el 20 de diciembre comenzará a poblarse con las primeras 150 familias que ya saben a dónde podrán llevar sus hijos, sus viejos, sus esperanzas y sus muebles.

La construcción del nuevo pueblo ha sufrido tropiezos de diversa índole, pero se puede decir que, contra todo augurio, el gobierno ha cumplido y les ha permitido a los gramaloteros volver a confiar en las promesas a nombre del Estado.

Pocas veces un gobierno asume compromisos como el que asumió el actual con Gramalote y con Colombia, de entregar un pueblo nuevo, sin excluir a ninguno de los habitantes del pueblo arrasado. Y son menos las veces que se cumple. 

Pero, a pesar de las dificultades por razón de estudios geológicos fallidos, de trámites burocráticos dilatados e interferencias políticas mezquinas, el presidente Santos está honrando su palabra.

Puede que no sea un pueblo para que dure mil años, como le atribuyen que dijo el presidente, pero no hay duda de que no cabe punto alguno de comparación con el destruido.

Las casi 1.200 casas están hechas con los mejores materiales, a gusto de los gramaloteros, y con un esmero pocas veces visto en obras similares. Es un lugar moderno como pocos, a la medida de las necesidades de sus casi 6.000 habitantes.

Después de los comienzos lentos y las dificultades, ahora Gramalote, incluso como está, es ejemplo para el mundo de cómo se puede, partiendo de cero, construir un pueblo. Muy probablemente Gramalote será un modelo para imitar en cualquier zona del mundo.

Con el nuevo Gramalote se aspira a compensar en parte el sufrimiento de su gente durante seis años, y aunque quizás íntimamente algunos de los damnificados esperaban más, la realidad es que lo hecho supera las expectativas de cualquiera.

Hay algo importante que deben tener en cuenta los gramaloteros. Un pueblo así, impone la necesidad de cambios culturales en lo personal y en lo colectivo, y para ello deben prepararse, como para ser anfitriones de mucha gente que llegará con el ánimo de conocer lo que se hizo.

Esa será una buena oportunidad para crear una economía diferente de la que existía. Esta podría estar basada en el turismo que sin duda atraerá un pueblo recién hecho y a la medida de su gente, algo que no se ve todos los días.

Gramalote es como lo quisieron sus dueños, sus habitantes, porque todos tuvieron la oportunidad de participar en las decisiones.

Ojalá lo mantengan intacto, sin modificaciones, como lo esperan encontrar los visitantes, que buscan originalidad, integridad, novedad. Y esto depende solo de los gramaloteros. De nadie más.