Los árboles del cierre fronterizo nos ocultan el bosque del progreso de esta ciudad de nadie.
Hacia la nueva Cúcuta
El pesimismo y la decepción son naturales en una sociedad como esta, la cucuteña, cuando a pesar de sus esfuerzos por avanzar no le resultan las cosas como se las propuso.
Y esas circunstancias comprometen, casi siempre, la objetividad necesaria para juzgar la realidad. Por ello, en situaciones así, todo al tiempo parece ir mal.
Le ocurre a Cúcuta. Aunque algunos de sus habitantes viven un ambiente de pesimismo y de escepticismo que paralizan, lo que sucede en realidad es que, por razones diversas, estamos como aquel a quien los árboles le impedían ver el bosque.
Los árboles del cierre fronterizo nos ocultan el bosque del progreso de esta ciudad de nadie, que a pesar de todo se niega a seguir por la vida con sus harapos de Cenicienta seducida y abandonada.
Al menos en su fisonomía Cúcuta está cambiando, más rápidamente de lo que se pudo prever, está dando el salto a convertirse en la urbe moderna, pujante y amable que corresponde a la sexta ciudad del país en población e importancia.
Aunque parezca una reiteración obvia, la infraestructura vial es la que a la ciudad le permite ir a mejor velocidad por la ruta del desarrollo. Una buena red vial no solo conecta a las comunidades entre sí, sino que les facilita moverse de manera colectiva en busca del futuro.
Y la infraestructura vial de Cúcuta se está modernizando a velocidades de las que no se tenían registros. Desde luego, sin el apoyo del Estado central, nada de lo que está sucediendo hubiera ocurrido. Si hay dinero, hay obras. Y lo hay.
Existe la tendencia a explicar las obras en relación con su costo: el puente de El Pórtico requiere una inversión de 18.550 millones de pesos, por ejemplo. Es eso lo que cuesta, pero no hay manera de calcular lo que vale, es decir, el enorme grado de utilidad que le proporcionará la obra a la ciudad.
Ese puente clave les permitirá a los cucuteños unir a la ciudad con el resto del país, aunque parezca exagerado.
Y, como este, otros tres importantes pasos viales se están materializando, con el apoyo financiero de la Nación, lo que significa que nos estamos poniendo al día en materia de movilidad y de interconexión vial.
Esos puentes —Atalaya, Tienditas y Rumichaca— descongestionarán rutas importantes y darán a los cucuteños oportunidades, hasta ahora inexistentes, de desplazamientos internos rápidos y de comunicación más efectiva.
Cúcuta está cambiando, qué duda cabe. Y lo está logrando casi que sin el conocimiento de sus habitantes, inmersos como están en la preocupación que les genera saber, por ejemplo, que la frontera no volverá a ser lo que siempre fue.
Y no son solo los puentes. Por todas partes hay obreros oficiales trabajando en escenarios deportivos modernos, en los separadores de las avenidas, y hasta en la reconstrucción de las calles. Y próximamente se iniciará otra obra más como lo es la construcción de la segunda parte del Palacio de Justicia, donde funcionarán todas las oficinas dispersas de la Fiscalía General en Cúcuta.
En estos desarrollos al menos, hay que reconocerle al gobierno nacional y a los entes locales su interés por ayudarle a nuestra ciudad, pues colaboran en buena medida a mitigar el desempleo y la informalidad y a que haya dinero circulando.
Hay que tener en cuenta que cuando una ciudad encuentra la ruta precisa de su progreso, todo su crecimiento se hace irreversible e incontenible: en Cúcuta, se trata de una comunidad vigorosa que quiere poner al día su agenda y, de esa manera, sus avances serán cada vez más importantes.
No son todas las obras que necesita nuestra ciudad, pero son importantes y necesarias, en especial cuando, como ahora, la creación de puestos de trabajo se hace imprescindible. Así como una golondrina no hace verano, tampoco una obra hace ciudad. Pero varias obras simultáneas sí dan la sensación de que hay una sociedad despierta y diligente empeñada en dejar por fin atrás el pasado.
No es Cúcuta la ciudad-paraíso que quizás alguien soñó. Pero, es verdad, va camino de convertirse en la urbe que será envidia de otras ciudades. Sin duda.
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