Santos debe iniciar una batalla sin tregua y sin trinchera contra la impunidad y corrupción. Solo así tendrá sentido el Nobel.
¿El Nobel para qué?
Con el premio Nobel del presidente Santos no se puede pretender que todo en Colombia cambie, porque al final, lo señaló Di Lampedusa, todo seguirá siendo lo mismo, nada cambiará. Es lo que se ha hecho siempre en algunas sociedades…
Acá, con que cambiemos unas pocas será suficiente: liberar la paz del infame secuestro al que la someten sectores políticos que no pueden superar la viudez que les dejó el poder; actuar en busca de superar la impunidad, y luchar con todos los recursos en contra de los corruptos cuyo credo se resume en pensar que todo vale.
Pensar en que este es el único país donde se discute la legitimidad de la paz causa un desasosiego abrumador, porque en el fondo sabemos que cada día que se va nos acerca mucho más al regreso de la guerra que al surgimiento de la paz.
Esa realidad hay que cambiarla, porque no tiene explicación alguna que una noche todos nos pongamos de pie y en silencio profundo por las víctimas de una tragedia aérea, y al tiempo estemos pensando en cómo seguir zapando bajo los pies de la paz para darle sepultura de tercera. No hay lógica posible que lo explique…
Como tampoco la hay que determine la razón por la cual nuestra Justicia se cubre solo un ojo. Quizás sea porque con el otro necesita ver cuál de quienes están al frente es el poderoso, para no equivocarse y de pronto castigarlo en vez del débil.
Hay que derrumbar este reino de la impunidad y que de él no quede ni piedra sobre piedra.
Como hay que destruir el siniestro imperio de la corrupción generalizada que se ha instaurado como expresión más clara de la ignominiosa cultura del todo se vale, que pregona que el objetivo —y mientras más egoísta y obsceno, mejor—, justifica cualquier medio.
Y, con eso en mente, ejércitos de burócratas, por ejemplo, arrasan con todos los dineros y otros recursos del Estado, para su beneficio personal, sin importarles la dimensión del daño que causan. El poder es de ellos, y con él, la cosa pública, por la cual están dispuestos a darse dentelladas con quien sea. Y en el sector privado la situación no es diferente.
La corrupción y la impunidad son los peores males de la sociedad colombiana. De eso no puede haber duda.
Como depositario de un premio que es para todas las víctimas, Santos debe comenzar, en el mismo momento de su regreso, a iniciar una batalla sin tregua y sin trinchera contra la impunidad y contra la corrupción. Solo así tendrá sentido el Nobel.
Debe saber el presidente que antes que un reconocimiento, el Nobel es uno de los mandatos más claros: el que lo obliga a cambiar esta sociedad, este país que nadie entiende, esta nación sin un Estado claramente eficiente, vigoroso, generador de bienestar, equitativo, democrático.
Y para cambiarla no necesitará sacudir todo el árbol para ver que cae, sino enfocarse en objetivos claros como los que acá se señalan.
Si al menos no lo intenta, mañana todos nos estaremos preguntando y ¿el Nobel para qué?
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