Nunca es tarde, sin embargo, para retomar el curso y para establecer un plan completo que permita llevar a buen puerto la reconstrucción del Teatro de Atalaya.
Nunca es tarde, sin embargo, para retomar el curso y para establecer un plan completo que permita llevar a buen puerto la reconstrucción del Teatro de Atalaya.
Hace un año, los habitantes de Atalaya se encontraban divididos en torno al destino de un de los escenarios que durante décadas fue un ícono del sector: el teatro.
La división tuvo que ver con el uso que se le daría al abandonado teatro que en el pasado permitió acercar a la comunidad al cine y la cultura, pues parte de la comunidad apoyaba la decisión de la Alcaldía de entregar el escenario al Esmad, para que fuera su sede.
Otros en cambio, apoyaban la decisión de restaurar el teatro y recuperarlo como un espacio para el esparcimiento y la cultura.
Luego de la polémica, finalmente la decisión de la administración fue destinar 80 millones de pesos para renovarlo y dotar a una de las zonas más pobladas de Cúcuta de un escenario digno para el arte.
Aunque en su momento la Secretaría de Cultura municipal anunció que el teatro recobraría vida, 12 meses después lo único que se ha renovado es la fachada. En su interior la estructura sigue vacía y los colectivos culturales de las comunas 7 y 8 no tienen un espacio propio donde presentarse; las rejas de la entrada del teatro han sido forzadas y los vecinos tuvieron que reemplazar los candados de las puertas para evitar que los indigentes y viciosos anidaran en el lugar.
El espacio destinado para el público está cubierto de tierra y hojas secas y la tarima desapareció, pues el nivel superior donde se ubican los actores fue nivelado con el del público.
Todo parece indicar que entonces la decisión de mantener el teatro representó para los habitantes de Atalaya una doble pérdida: perdieron quienes pedían que el Esmad tuviera su sede allí, pues pensaban que eso aliviaría la inseguridad y mejoraría el orden público, y también, quienes en su momento manifestaron su deseo de contar con un escenario cultural digno.
La desidia con que se ha manejado la reconstrucción de este espacio puntual, con el que soñaban grupos de danzas, títeres, grafiteros y miembros de otros grupos de expresión artística, es un claro ejemplo del lugar que ocupa la cultura en una sociedad en la que pensar en la supervivencia deja poco tiempo para otros temas.
Nunca es tarde, sin embargo, para retomar el curso y para establecer un plan completo que permita llevar a buen puerto la reconstrucción del Teatro.
Hacer de este un espacio digno para que los habitantes de esta ciudadela cuenten con una alternativa diferente que los acerque a la cultura y les demuestre que si hay otros caminos distintos a los vicios, la delincuencia o la ilegalidad es una apuesta que debe asumir la administración municipal.
Todo lo bueno que puede traer para la comunidad el regreso del emblemático teatro de Atalaya apunta a lo que buscan muchas de las campañas que adelanta la administración en beneficio de los jóvenes.
Una ciudad para grandes cosas se mide precisamente por este tipo de apuestas y vale la pena preguntarse qué ha pasado con la inversión prometida, pues en el arreglo de la fachada no se invirtieron los 80 millones. La Secretaría de Cultura debe dar respuesta.
Mientras tanto los colectivos culturales siguen esperando por un escenario muerto que ojalá la administración habilite y entregue funcionando. Si no, debe buscar una alternativa para que otro, con capacidad de hacerlo, pueda tomarlo, pulirlo y ponerlo al servicio de la comunidad, que tanto lo ha pedido.
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