La derrota inesperada en la OEA debe llevar a Colombia a reflexionar en torno del triste y lánguido papel de su diplomacia.
Diplomacia de papel
Cuba, Brasil, México, y ahora Venezuela, nos dan a diario lecciones de lo que es el profesionalismo en la diplomacia y de lo que se logra con argumentos sólidos y con criterios firmes, que no se cambian por ninguna razón. La seriedad de los diplomáticos da frutos que no se obtienen de otra manera.
Primero fue Nicaragua, con un golpe del que Colombia jamás podrá recuperarse a plenitud.
Ahora es Venezuela, que pese a las antipatías que despierta en el continente y en el mundo por razón de su gobierno dictatorial, abusador y violador consuetudinario de derechos humanos, logró derrotarnos en una lánguida jornada en el que se suponía era el foro natural colombiano: la Organización de Estados Americanos (OEA).
Son dos hitos dolorosos para la diplomacia colombiana, hace unas décadas una de las más sólidas, consistentes y respetadas del continente, y hoy objeto de desaires de parte de países de los que jamás se pensó que obtendrían victorias a costa nuestra.
La derrota inesperada en la OEA debe llevar a Colombia a reflexionar en torno del triste y lánguido papel de su diplomacia, caracterizada desde hace un tiempo largo por ser refugio placentero de burócratas y clientelas acreedoras de deudas electorales y de favores políticos impagos.
Cuba, Brasil, México, y ahora Venezuela, nos dan a diario lecciones de lo que es el profesionalismo en la diplomacia y de lo que se logra con argumentos sólidos y con criterios firmes, que no se cambian por ninguna razón. La seriedad de los diplomáticos da frutos que no se obtienen de otra manera.
¿Cuántos embajadores ha tenido Colombia en los Países Bajos desde 1983? Por lo menos uno por gobierno, quizás más, y todos ellos tuvieron en sus manos los intereses colombianos ante la Corte Internacional de Justicia.
¿Y cuántos ha tenido Nicaragua en el mismo lapso? Solo uno, Carlos Argüello, y él solo se bastó para abofetear a Colombia, y con una sola mano, en el difícil asunto del archipiélago de San Andrés y providencia. Eso es seriedad, eso es consistencia, eso es profesionalismo: 30 años en la misma posición, defendiendo la misma posición, tienen que dar los resultados esperados, como ya lo sabemos en amarga experiencia.
Roy Chaderton, un veterano diplomático, le acaba de propinar a Colombia otra amarga derrota en la OEA, que decidió, solo por un voto menos, que no se convocará a los cancilleres a una cumbre para analizar la situación creada por Venezuela en la frontera con Colombia.
Siete años en la OEA le otorgan al embajador venezolano una experiencia que lo hace prácticamente inamovible en esa posición y un prestigio difícil se lograr por otros medios. Andrés González, el embajador colombiano, lleva solo 3 años en el cargo. ¿Qué hacer con él, cambiarlo para cobrarle la derrota?
No, al contrario: mantenerlo y darle la oportunidad de que acumule mucha más experiencia, que adquiera más peso. Al final de cuentas, no será este el último asunto colombiano que intente ser expuesto ante el órgano más importante de la diplomacia hemisférica. Cambiar a González es seguir en lo mismo que estamos criticando.
Los cambios se deben hacer en la estrategia diplomática de la cancillería, no en el sector técnico. Una derrota como la sufrida en Washington el lunes en la tarde debe llevar a que los responsables de la diplomacia replanteen las estrategias que se han venido usando –y que no ha surtido efecto- para lograr el apoyo que el país necesita de sus pares en el continente. Es lo mínimo que se espera de unos funcionarios en quienes el país depositó su confianza.
Los responsables no dieron la talla ni en el caso de la OEA ni en el de La Haya. ¿Qué razón podría argumentarse para mantenerlos al frente de responsabilidades tan delicadas como las relativas a los intereses internacionales del país, cuando en dos situaciones que, por muchas razones, se consideraban imperdibles, resultó Colombia derrotada?
Desde luego, en la cultura colombiana nada suele suceder ante una derrota como la sufrida. Pero, este nuevo revés diplomático debe ser una advertencia para evitar nuevos fracasos en temas tan delicados como el de la frontera, que de todas formas se seguirá llevando a escenarios internacionales.
Si no, seguiremos en lo mismo: de fracaso en fracaso…
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