Casi que Colombia amaneció convencida de que el cielo de todos los dioses existe, porque existen los Falcaos, los James, los Ospinas y los Pékerman.
De canallas a dioses
El deporte —en este caso el fútbol—, actividad de puro esfuerzo físico, de energía, de tenacidad, de técnicas perfeccionadas… y de casualidad o suerte o como la llamen, es capaz de convertir a dioses en canallas, o lo contrario, en cosa de minutos. Cuanto más, de dos o tres días.
Siempre ha sido así. La pasión desbordada nubla todo asomo de sensatez, de mesura, de prudencia, de reflexión, y da paso a la locura, algunas veces descontrolada. El sudor y la sangre de hombres y mujeres aspirantes a la gloria del olimpo deportivo enardecen hasta el paroxismo, animalizan a los espectadores, que ven en el atleta la imagen del que quisieron ser y no pudieron. O del que quieren ser.
El jueves pasado, a las 6:30 de la tarde, once dioses comenzaron a hacer que Colombia se estremeciera con cada jugada que hacían en la grama del estadio de Barranquilla. Con el gol de Falcao, el planeta se hizo pequeño para albergar a Colombia, el país de la euforia y de la emoción desmadrada.
Menos de dos horas después, esos dioses ya no lo eran. Si acaso alcanzaban el grado de canallas, de parís de los que, salvo sus familias, nadie quería saber nada. Habían perdido el partido en cuestión de minutos, y el sueño de ir a Rusia a jugar la ronda final del Mundial de fútbol quedó hecho añicos.
Ninguna razón técnica fue válida para justificar la derrota, mucho menos las razones puramente humanas, como la de que los paraguayos también saben jugar al fútbol y también querían ir a Rusia y desplegaron recursos de hombría donde quizás faltaron los nuestros…
Los exdioses nuestros eran proscritos, indigentes en su propio hogar, seres malditos dignos de aterrizar en la calle sucia, expulsados a las tinieblas exteriores, intocables de castas indignas, parias sin presente y sin futuro, buenos para nada merecedores de marginamiento eterno, engendros de la mala suerte y la osadía de llamarse ellos mismos futbolistas.
Hoy, esos seres inferiores, esos cuasi humanos, son de nuevo dioses. Y más grandes que antes, que no solo merecen sino que deben estar no a la diestra de Júpiter tonante, sino con Júpiter tonante a su derecha, en el escalón más alto del olimpo más elevado y exclusivo.
Casi que Colombia amaneció convencida de que el cielo de todos los dioses existe porque existen los Falcaos y los James y los Ospina (con pequeñas reservas, por razón de que aún le quedan rastros de humano y por eso comete errores) y los Cuadrados y los Pékerman. Si no fuera por ellos, el mundo sería un oscuro lugar sin dioses ni ley ni nada…
¡Qué veleidosos somos los inefables seres humanos! ¡Tan deleznables llegan a ser nuestras creencias más firmes, que un balón que nadie sabe si rozó o no el cabello de James en Lima y que Ospina se lanzó a atajar, estuvo a punto de enviar de nuevo a dioses y olimpo y sueños y todo lo demás a la peor de las alcantarillas.
Pero, lo bueno es que vamos a jugar entre los mejores del planeta. Se logró. Lo lograron nuestros muchachos…Mejor dicho, lo logramos.
Доброе утро. (Por si acaso, significa buenos días en ruso, el idioma que deberán hablar quienes deseen ver a los dioses de nuestro olimpo criollo en el certamen global. Se pronuncia dobre utra).
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