Urimaco le aporta a la administración de Cúcuta y al país... Y, a cambio, el Estado no le da nada.
Cucuteños de tercera
Luz Magaly Álvarez y Ana de Dios Omaña tienen toda la razón. Su experiencia como líderes comunitarias, unida a su malicia de cucuteñas burladas por el Estado, les confieren toda la autoridad para canalizar la desconfianza de todos sus vecinos y expresarla con firmeza y sin rodeos.
Ambas viven en Urimaco. Y ambas asumieron la vocería de su comunidad en un momento vital para su zona: si no es por sus calles, el tráfico automotor liviano entre Cúcuta y el norte sería todo un drama épico, salteadores de caminos incluidos y sin nadie a quien pedir ayuda.
Así que, cualquier automovilista que quiera ir nada más a El Zulia, tiene que atravesar Urimaco, y contribuir a una espantosa polvareda pocas veces vista en una zona poblada, que tiene enferma a una comunidad tratada como de tercera clase.
Desesperados, los habitantes bloquearon el paso de vehículos y exigieron las soluciones no solo inmediatas sino definitivas que requieren los problemas de sus calles. Solucionados esos, otros problemas, como los de la salud, comenzarían, en consecuencia, a ser superados.
Para Urimaco, una solución así pasa por la pavimentación de la calle que le sirve hoy al gobierno municipal como soporte a la difícil situación generada por los trabajos en el puente Mariano Ospina, de El Zulia.
Urimaco le aporta a la administración de Cúcuta y al país desde sus calles hasta la salud de sus gentes, pasando por la tranquilidad y su forma de vida. Y, a cambio, el Estado no le da nada. Ni siquiera promesas…
Los habitantes y sus líderes ya saben lo que pasará: arreglan el puente, por él se reanuda todo el tráfico automotor, y nadie volverá a acordarse de Urimaco y sus problemas. No habrá soluciones de nada.
Cuando algunos ciudadanos son tratados como si fueran de tercera clase, la sociedad termina convencida de que sí lo son, y así los seguirá tratando.
Quizás por esa razón las gentes de Urimaco decidieron cerrarles el paso a todos: no hallaron otra manera para hacerle ver a Cúcuta que son iguales a los demás habitantes, solo que maltratados por las autoridades, que priorizan obras y programas que obedecen a necesidades políticas y partidistas, antes que humanas.
No es mediante vías de hecho como se deben hacer las exigencias al Estado, desde luego. Pero la desesperación no es la mejor consejera, ni la más prudente y, en situaciones así, es fácil de entender la actitud de quienes acuden a fórmulas no ortodoxas de reclamación…
Años y años de abandono solo dejan desesperanza, pesimismo y disgusto en quien espera soluciones que no habrá nunca para problemas que jamás acabarán.
En el caso de Urimaco y su vecina vereda La Florida, que, además, en Cúcuta no son los únicos por donde el Estado solo ha pasado de largo dejando tras de sí una abominable polvareda y el eco sordo de llamados de auxilio, de apoyo para no perecer víctimas de la desidia y del desdén.
Lamentablemente, estas buenas gentes tendrán que seguir viviendo en las muy precarias condiciones de siempre. Así lo hizo saber el Estado, a través de dos o tres funcionarios que fueron hasta Urimaco a ver lo que ocurría. Como si no lo supieran de toda la vida…
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