Sentir y expresar el más profundo odio es lo mismo que defender la familia tradicional. Ese es el mensaje que el miércoles se le entregó, explícito, a la niñez cuya integridad pretenden defender quienes organizaron una marcha sin mucho sentido contra un mandato de la justicia tergiversado con la más mala intención.

¡Cuánto odio! está acumulado en el corazón de personas que se dicen listas a sacrificar lo que sea, la vida, incluso, por el amor que creen sentir por los niños, sus hijos… ¡Cuánta obscenidad! se esconde tras las líneas de los discursos, los mensajes, las pancartas. ¡Cuánta hipocresía, cuánta mentira! de unos y de otros.

El mandato de la Corte Constitucional, que el gobierno debe obedecer, lo quiera o no, ordena que el ministerio de Educación debe velar porque en todas las escuelas del país se les garantice a los niños que nadie los discriminará por nada, mucho menos aspectos relacionados con su identidad de género y su orientación sexual, ese determinismo biológico que hace añicos a la actual sociedad.

En situación no suficientemente explicada, la ministra Gina Parody buscó la asesoría de organismos internacionales como la ONU, para buscar la forma de ajustar los manuales de convivencia escolar al mandato de la Corte.

Se elaboró una cartilla guía para instruir a los educadores sobre cómo proteger los derechos de los niños, pero, al parecer, el documento involucra aspectos no adoptados por la cultura colombiana. El hecho es que el ministerio salvó su responsabilidad en la publicación inconsulta de la cartilla.

Pero, sectores políticos contrarios al gobierno aprovecharon para difundir, a través de las redes sociales, imágenes de una revista pornográfica para adultos de Europa y las hicieron pasar como incluidas en la cartilla. Y convocaron a una marcha de protesta en defensa de la familia y contra lo que llaman intento oficial de imponer una supuesta ideología de género.

Y el odio afloró. Y con él, la intolerancia más repugnante, y el sectarismo y la ofensa rastrera y miserable, y la pugnacidad más escalofriante. Y el chantaje, expresado en sectores que piden la cabeza de Parody o no votarían el plebiscito que se convocará para aprobar o desaprobar los acuerdos de paz con las Farc.

La noche del miércoles, las redes sociales eran un infierno en el que corrían desatados todos los demonios de la intransigencia, del radicalismo extremo, de la obscenidad política y campeaban el sicariato moral, la blasfemia, la calumnia…

Es un debate político en el que, por un lado, se argumenta la defensa de la familia tradicional, y por el otro, la necesidad de garantizar que en la escuela a ningún niño se le podrá discriminar, como hasta ahora.

Pero la cultura de la violencia en la que estamos inmersos los colombianos llevó ese debate a una literal guerra de posiciones ideológicas en la que de ambos lados se han sacado muchos trapos al sol y se ha apuñalado por lo bajo a quien quiera se ha cruzado.

Y, todo, ante una audiencia infantil que debe estar aterrada de los métodos que usan sus mayores para defender y combatir ideas, métodos sacados de las novelas de sicarios y de los manuales de aniquilamiento de enemigos, por algo que ellos, los niños, siempre han entendido: que no todos pensamos igual…